miércoles, 23 de marzo de 2016

00263 Los Dobladillos de la Abuela Genoveva

IDEALIZADOS


Es curioso comprobar cómo el paso del tiempo desvirtúa las cosas. Lo que ayer parecía enorme y fantástico, hoy es manejable y cotidiano. Las formas difusas se presentan más cercanas. Los obstáculos insalvables, apenas un salto esquivo en un charco. Algunos recuerdos, olores y sabores pasan a convertirse en un personal universo idealizado que un día se quedaron atrapados en una mente infantil ajena a los artificios del devenir. El transcurrir de los años minimiza y agranda, olvida y perdona, borra y escribe, silencia, apacigua y amortigua.  Es curioso constatar también cómo a pesar del paso del tiempo,  se guardan algunas querencias para traernos momentos de incontestable bienestar y felicidad.

Hoy tocaba continuar con la inacabable labor de archivar fotografías. Archivar y recrearme con las imágenes e instantes recogidos en los últimos meses. Tenía para elegir un buen número de situaciones entre excursiones, comidas, aniversarios, paseos, detalles y encuentros. He empezado,  y allí me he quedado, con un archivo creado el pasado mes de diciembre y que en su momento titulé, "Montesusín 2015". Se trata de un encuentro familiar con la rama materna de los Trullenque. Por segundo año consecutivo, llegado el último mes del año, "asaltamos" la casa de mis tíos Antonio y Blanca para elaborar dobladillos como los que hacía nuestra abuela Genoveva.

Bajo la dirección de mi prima María Astón, que es quien sabe del asunto, todos cuantos  nos damos cita en este día, nos implicamos en la labor. Unos con las manos en la masa, otros ocupándose del relleno, mi primo Javier preparando unas cabezas asadas con patatas que comeremos junto al hogar de mi primo Toño cuando acabemos con la faena. Otros aportando sus recuerdos y trayéndonos sus vivencias negadas al olvido. Y entre masas, pasas, piñones, nueces, azúcar y mieles, transcurre la mañana.

Mientras los dobladillos, bien doblados y alineados, toman color en el horno, los reunidos nos sentamos en torno a una larga mesa, como las que a mí me gustan. Ensalada, cabezas, asado de cordero y el calor de un hogar que crepita de entusiasmo. Es el momento de mirar las caras y descubrir en los rostros un abanico de sensaciones que caminan todas en la misma dirección; en la inequívoca dirección del grato encuentro, del cariño expresado, de un instante perfecto para ser recordado. Y veo a mi tía Blanca y se me aparecen con ella mi madre y mi abuela. Los mismos ojos, la misma boca, la misma tez de suave porcelana apaciguada y en calma.

Me comenta mi hermana Gemma que los dobladillos han salido buenísimos, María Astón trabaja muy bien, pero que los de la abuela Genoveva, los que hacía en el horno de la panadería de Alcalá de Gurrea,  los recuerda de otra manera. Me sonrío con el recuerdo porque a mí me pasa algo parecido. Supongo que será porque el paso del tiempo idealiza las cosas. También los dobladillos de la abuela.






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