Vaya por delante que yo mismo me sorprendo en la labor de juntar letras sobre el camino de mesa. En esta ocasión no hay historia alguna como tampoco me sugiere recuerdo alguno. Es más, estoy intentando acordarme de cuando vi el primero y no consigo visualizarlo. Sería, lo más seguro, en algún restaurante, y tampoco hace muchos años.
Si traigo el camino de mesa hasta este blog es porque acabo de ver unas fotografías que hice estas pasadas navidades en casa y me ha gustado su calidez. Me parece que ya lo he escrito con anterioridad. No tengo ni idea de nada y por supuesto, de caminos de mesa, nada de nada. Así que para ilustrar con palabras las imágenes referidas, dejaremos que sea la imaginación la que lleve el hilo conductor del proceso.
Para empezar, me gusta su papel secundario y esto nos hermana. Si no está, no se le echa en falta, y si se cuenta con él, es un buen complemento. Los que entienden de estos menesteres dicen que el camino de mesa es un buen sustituto del mantel. Cumple su misma función, pero es menos aparatoso y da una imagen distinta, más moderna, minimalista y resalta las cualidades de la base dela mesa, hace lucir el cristal, o la madera de la cubierta. También hay quien pronuncia que el camino de mesa no sólo sirve de sustituto al mantel, sino que se complementa muy bien con éste.
Sea como fuere, yo soy más partidario del segundo parecer, el que sirve como complemento. Una mesa une y el camino de mesa, ya sea transversal o longitudinal, se me antoja, estrecha y acorta distancias. Su inevitable recorrido con la mirada parece acercarnos los ojos del comensal enfrentado. Cubre vacíos, entona la mesa, no molesta. Llegado el momento hasta hace de socorro en el comentario o en la posible mancha despistada. Embellece el espacio, presta armonía a través de su itinerario entelado. Es cálido. Me resulta simpático.
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