Me atrevería a decir que se trata de uno de los alimentos más amables, agradecidos y versátiles de la gastronomía. Todo le va bien. No pone peros a casi nada. Acompaña, realza y hasta socorre. Desde la soledad más absoluta hasta la exquisitez más sublime. Allí está siempre el mejillón atento a cualquier sugerencia. Tanto es así, que hace poco, matando el tiempo en la red, me topé con una página en la que se mostraban 831 recetas de cómo hacer los mejillones. No llegué a leerlas todas. Tanto quise matar el tiempo que acabé asesinándolo y mis ojos se cerraron horrorizados. Es una forma como otra cualquiera de decir que me quedé dormido. Pero hasta donde recuerdo, había propuestas más que interesantes. Algunas de ellas, para mí desconocidas, pienso ponerlas en práctica.
Decía al principio que los mejillones son agradecidos y versátiles en la cocina y lo ratifico desde mi experiencia. Con pasta, legumbres, verduras, rebozados, en vinagreta, en guisos... nunca desentonan. Un simple arroz con mejillones, unos garbanzos, unas borrajas... hasta en bocadillo. Aún recuerdo el primero que tomé en un viaje a Peñíscola en plena adolescencia. No recuerdo el nombre del bar. Sí que era pequeño y que estaba especializado en bocadillos con productos enlatados. Nada de jamón, chorizo o salchichón. Atún, anchoas, mejillones, calamares y mixtos.
Picante, en su jugo, al natural, escabechado... sea como fuere, siempre es bienvenido el mejillón, los mitílidos.
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