PLATO REDONDO
La explicación de esta repentina querencia hacia el huevo frito y que lo haya elevado a la categoría de manjar, no la tengo muy definida. El caso es que en la actualidad recurro mucho a él y de forma casi indiscriminada. Recuerdo que comencé hace algunos meses con unos guisantes con jamón que coroné con un par de huevos fritos. Y a partir de ese día comencé a incluirlo en un buen número de platos. Tanto que me parece hasta adictivo.
Solo han faltado para completar la faena, los almuerzos quincenales que tomo con mis compañeros del grupo de teatro y el lugar elegido para el encuentro dónde todo va acompañado de un huevo frito. Llevamos ya tres almuerzos. En el primero, me pedí unas manitas de cerdo a la plancha, acompañadas de unas patatas panadera y un huevo frito. Reconozco que me extrañó, pero finalmente me pareció todo un acierto. En el segundo de nuestros encuentros me pedí unos callos. Para mi sorpresa, sobre estos se disponía un huevo frito. Los callos estaban excelentes, y con el huevo frito, contra todo mi pronóstico, para qué contar lo redondo que quedó el plato. En el tercer, y de momento último de nuestros almuerzos, pedí una de mis debilidades; un plato de madejas. Desconocía si las madejas irían acompañadas con un huevo frito, pero algo me daba en la nariz que sí, para no perder la costumbre. Además de estar las madejas riquísimas, de las mejores que recuerdo, la untuosidad de la yema del huevo y la, en su justa medida, aceitada clara, hicieron de este plato algo difícil de olvidar.
Hemos quedado para almorzar el próximo miércoles. No sé que pediré, pero sea lo que sea, diré que venga acompañado de un huevo frito, por favor.
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