UN RECUERDO MUY ESPECIAL
Sabía que me encantaban. Por eso, cuando íbamos con mi madre
a su casa a pasar unos días, primero a San Feliu de Saserra, pequeña localidad
próxima a Manresa, y después a la Seo de Urgell, o años más tarde con Gloria y
las niñas, siempre tenía dispuestos “para mí” una buena selección de embutidos
catalanes. O si venía a casa, rara era la vez que no se acordara de mí y trajera
unas secallonas, fuet, butifarra… con la reiterada frase de “esto para Fernando”.
Eran años en los que mi apetito no tenía límites y una pieza
de algunos de los mencionados embutidos podía finiquitarla en un abrir y cerrar
de ojos. “Te pondrás malo”, me decían. A lo que yo respondía: “Es imposible que
estas delicias puedan sentar mal”.
Si había una cena con la que disfrutaba lo que no está escrito,
era cuando mi cuñada Montse, esposa de mi hermano Manolo, sacaba a la mesa un
surtido de estos embutidos. Además de los ya mencionados, no podían faltar la
llonganissa, el bull negre y también el blanc, y alguno más que no alcanzo a
recordar. Y todo, acompañado con pa de pagès amb tumaca. Vamos, un auténtico
festival y loa al colesterol.
Mi cuñada, mi hermana Montse, a la que tanto quise, por ser
como era, por tan gratos momentos que compartimos y por todo el bien que me hizo,
falleció hace algo más de dos décadas. La tengo muy presente en diversos
escenarios y situaciones de mi vida. Era una gran mujer.
Ha pasado ya mucho tiempo desde que nos dejara y sigo lamentando
su ausencia. Fue una mujer que dejó huella en mí, y es por ello que “te traigo,
Montse, hasta mi caleidoscopio vital. Como en otros aspectos, cuando veo una
bandeja de embutidos de tu tierra, Cataluña, te me representas con tus grandes
y hermosos ojos negros, tu sonrisa de niña traviesa, tu forma tan especial de
vivir y sentir la vida, y con tu corazón que no te cabía en el pecho. Tu sabes
que te quería. Y lo dejo escrito por si algún día mis recuerdos caen en el
olvido.
Ahora, tu hijo Jordi, cuando nos juntamos la familia para
Nochevieja, se presenta con un par de fuets de un metro cada uno, que dejamos
colgados en la puerta de la cocina. Creo que ningún año, los embutidos en cuestión,
han llegado a tomar las uvas con nosotros. Pero esto es otra historia”.
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