HONESTIDAD
Me complace observar árboles. Todos, sin predilección alguna. Sus figuras y formas. Su silencio. A contraluz. Ver cómo juguetean con el sol. Su plasticidad. Y llegado el caso, si se dejan, hasta pintarlos en soledad en un óleo.
Me gustan lo que representan, su aguerrida supervivencia, su belleza, sus frutos, colores y presencia. Jóvenes y viejos, altos y bajos, sanos y fuertes, y los heridos, me estremecen. Me gusta verlos crecer, mudar y rebrotar de nuevo a la vida esperanzada.
Mi atención e interés se fija hoy en el castaño, una especie arbórea que en el druidismo está considerada como uno de los veintiún árboles mágicos y representa la honestidad, el aprendizaje y el conocimiento oculto. Para los celtas la naturaleza era un ser sagrado, mágico, y los árboles representaban la unión del mundo terrenal con el espacio sagrado, como una unión con sus divinidades y dioses.
El castaño llegó a ser la despensa de las hambrunas de las clases más desfavorecidas. Así, su fruto, las castañas, constituyeron la base de la alimentación en Europa. Se consumían asadas, secas o en forma de harina hasta que la patata y el maíz, a partir del siglo XVI, pasaron a ser dos de los alimentos básicos.
En España, si bien el castaño ya existía antes de la llegada de los romanos, fueron estos, muy aficionados a su fruto, los que hicieron una masiva plantación de este árbol.
El castaño es un árbol de gran longevidad, crecimiento rápido y puede alcanzar hasta los 30 metros de altura. Su tronco es grueso y corpulento, y su corteza, con los años, adquiere un característico estriado oblicuo que nos da la sensación como si el tronco estuviera retorcido.
La madera del castaño es de gran calidad, dura y resistente. En las comarcas del norte peninsular era la preferida para la construcción de viviendas, cabañas, hórreos y muebles. Sin embargo es muy pobre como combustible.
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