Fino bizcocho de merengue almendrado, relleno de una suave crema de mantequilla, almendra y avellana caramelizadas y espolvoreado con azúcar glas. Así es la síntesis de este delicioso pastel que tanto encandila al personal que lo ha probado y que a mí, que no soy muy dado a los dulces, me encanta. De hecho, en mi sesenta aniversario, celebrado recientemente, sirvió de base a las velas que dejaron constancia de tan redonda edad.
Si me esfuerzo un poco, todavía puedo recordar la primera vez que probé tan suave y delicioso manjar. Fue también en una celebración. Me pareció en aquel entonces algo sublime. Y me sigue pareciendo algo excepcional. Es una de las elaboraciones pasteleras que siempre es bien recibida y que "entra" casi sin querer, como el que no quiere la cosa.
Según he podido leer, todo parece apuntar que este pastel nació en Olorón, en la Pastelería Artigarrède, donde el pastel ruso es la enseña del establecimiento. "Se alimenta el secretismo de la fórmula que, se afirma, está depositada en una caja fuerte con acceso únicamente de los miembros de la familia que regentan la pastelería". En cuanto al nombre del pastel, para los Artigarrède, es muy sencillo: se llama ruso porque las almendras con las que se confeccionaba en sus inicios procedían de la península de Crimea, "lugar mítico en el imaginario colectivo francés de la época que aún recordaba la batalla de Sebastopol librada por Francia contra Rusia en la decimonónica guerra de Crimea".
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