QUE SE DISTRAIGA
Necesito perder la mirada y que nadie la encuentre. Dejarla a solas, sentada en un banco del parque, en el equilibrio de una proa o en una piedra vetusta de algún bosque animado. Que se distraiga hasta que se le pase el enfado del que no emanan palabras. Está molesta, lo sé, a mí no me engaña. No brilla ni muestra asombro, solo desgana.
Le propongo un juego, de los que sé que le encantan. Ni por cumplido lo acepta, no está para nada. La conozco muy bien y sé de su mirar turbado y errante. Es un trance sin importancia, unos minutos sin cuenta de misteriosa mirada. Un desafío a la realidad que le incomoda y después, tras el trance, el regreso a un mirar de acostumbrados asombros.
Hoy la mirada se ha perdido y, a su regreso, me ha hablado de dos árboles sin rostro que parecían estar enamorados.
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