Le propongo un juego, de los que sé que le encantan. Ni por cumplido lo acepta, no está para nada. La conozco muy bien y sé de su mirar turbado y errante. Es un trance sin importancia, unos minutos sin cuenta de misteriosa mirada. Un desafío a la realidad que le incomoda y después, tras el trance, el regreso a un mirar de acostumbrados asombros.
Hoy la mirada se ha perdido y, a su regreso, me ha hablado de dos árboles sin rostro que parecían estar enamorados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario