CON CHORIZO
Clan, clan, clan, clan... Estoy tan cansado y abrumado con todo lo que pasa en mi entorno que no me apetece ni juntar letras, ni leer, ni ver la televisión, ni ordenar fotografías... clan, clan, clan, clan, clan. Estoy tan harto de la insensatez y tan preocupado por mi gente y por quienes sufren como mi gente que no me apetece ni cenar, ni hacer cenas, ni hablar, ni escuchar, ni fantasear.... clan, clan, clan, clan, clan, clan.....
Como cada noche, un familiar sonido entra por la ventana siempre abierta de la cocina. Si careciera de reloj, el clan, clan, clan, clan, clan me orientaría en la noche como el sol así lo hace durante el día a los labradores. Me asomo a la ventana y observo a una vecina batiendo un par de huevos tenedor en mano. Clan, clan, clan, clan... Si me esfuerzo un poco hasta puedo percibir el familiar y entrañable olor doméstico de la tortilla francesa. De ese socorrido alimento que entra por la boca hasta en la desgana y que tan bien socorre en los días de frigoríficos vacíos. Veo a mi vecina bien resuelta en la elaboración de la tortilla. Sin prisa, cuajando el huevo, doblando el cuajo. Perfecta. ¡Cuántas llevará en su vida hechas!
Desaparecen de mi campo visual, la vecina y la tortilla. Y aparezco yo delante de la encimera con otro clan, clan, clan, clan, clan... Me he contagiado a pesar de la falta de gana. Es más, incluso me apetece sumar al ritual un sabor que me haga olvidar el mal sabor de los días. Cualquier cosa casa bien con la yema y la clara batidas. Ya puestos, me apetece un sabor fuerte, de los de matacía, que le de vida a la simple y humilde tortilla. Que le de también color, ese color tan necesario en estos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario