miércoles, 12 de julio de 2017

00515 El Centollo

AL LADO DEL MAR


Nada, que no hay manera. Siempre digo lo mismo. La última vez que lo intento. Como en esta ocasión no salga bien, me retiro. Sigo los pasos que aprendí de mi hermano Antonio cuando lo preparaba y que sabía a Gloria bendita. Me da igual que sea centollo o centolla, como esta última que era hembra, no hay forma de sacarle el infinito sabor a ola y mar con el que tanto he llegado a disfrutar en Bilbao.

En esta ocasión he comprado la centolla ya cocida. Su precio estaba a tiro. He arrancado las patas, abierto el caparazón y retirado las apetitosas huevas. A continuación, me he armado de paciencia y he separado a conciencia la carne. He picado muy menudo un par de huevos duros y una deliciosa cebolla de Fuentes. Lo he mezclado todo y he añadido un chorrito de vino de Jerez. He mezclado bien y la he probado para comprobar cómo estaba de sal. De esto iba servida, pero del sabor de tan grato recuero, andaba algo escasa.

La he sacado a la mesa y no ha quedado ni rastro. Se ha dejado comer, pero sin más. Ni aproximación a mis vitoreadas centollas bilbaínas. Supongo que habrá varios factores determinantes. Para empezar, el producto. Vaya usted a saber qué aguas habrá frecuentado la amiga y cuánto tiempo llevaba cocida. Y fundamental, no es lo mismo tomarte una centolla mirando a la ría bilbaína que el parque de debajo de casa. 

De cualquier manera, me gusta este marisco aunque sea ayudado del recuerdo cuando lo preparo en casa.

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