Hay días en los que al contar las horas aparecen rosarios. Nada que alentar, poco que decir, nada que guardar. Pero siempre hay un de repente, un instante, un momento inesperado que alberga la esperanza para un día que parecía perdido. La luz, esa luz que hoy no me ha querido llevar, en su despedida, me ha dejado una imagen de fuego atardecido sobre un edificio ausente. Las ramas de un árbol de desnudo otoñal parecían crepitar sobre el tejado mientras el sol daba un paso al frente.
Tranquilo no pasa nada, sólo es un juego en uno de esos días en lo que nada es lo que parece.
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