jueves, 28 de marzo de 2024

01307 El Inconfundible Olor de la Lavanda

LIMPIO Y SERENO


Llegado el mes de junio, la aldea se perfumaba con unos aires limpios que bajaban desde los pies de la sierra. Puertas y ventanas de las casas se abrían, en señal de necesitaba bienvenida, para que el invisible huésped tomara posesión de estancias y alcobas.

La voz de la yaya Emilia, desde su silla de ruedas, durante estos días, se dejaba notar como nunca. Era la primera en despertar y en poner a funcionar la casa. Antes de sentarse todos a desayunar, Emilia ordenaba ventilar la casa. "Abrid todo de par en par, -decía-, que se ventile bien y que entre ese aroma limpio y sereno que viene de la sierra". A continuación, recordaba a los presentes, como una letanía, que desde que era niña, este olor siempre le había acompañado y proporcionado calma y bienestar. Tanto es así, que la lavanda se había convertido en algo imprescindible y vital para ella.

Cuando comenzaba el periodo de floración de la planta, se hacía necesario colectar los mazos y colgarlos boca abajo en el oscuro y fresco granero para dejarlos secar. Y a partir de aquí, Emilia se encargaba de dar a la planta un buen número de utilidades. Así, no había armario ni cajón que no alojara un ramillete de hojas de lavanda atado con un hilo e introducidas en una bolsa de tela, para evitar la presencia de ácaros y otros indeseables insectos. También, para aromatizar las estancias, gustaba poner ramilletes de lavanda en jarrones y floreros. Su aseo personal no era ajeno a la benefactora planta y se preparaba unos aceites con flores de lavanda secas y machacadas, agua destilada y aceite esencial de lavanda. E incluso a la limonada, le añadía un par de gotas de aceite esencial de esta planta.


Siempre pensé que la yaya Emilia había sido una mujer feliz, aún en los momentos difíciles, gracias a su querencia y afición por la lavanda. Gracias a ese aroma limpio, sereno, y que proporciona calma y bienestar.













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