SANTOÑA
Cuando nos íbamos de la Taberna Alberto después de disfrutar de un buen queso picón con unas excelentes anchoas, Gloria me dijo que era el típico lugar al que nunca se le ocurriría entrar. Entendí lo que me quiso transmitir, si bien no fue del todo compartido por mí. Mi experiencia recoge muchos lugares en los que su simple apariencia no invita a ser parroquiano y que llevado, precisamente por esa poca notable presencia, consigue arrastrarte llamado por la curiosidad y acabar anotando en tu haber personal una más que grata y recordada sorpresa. También sucede en sentido inverso. Las apariencias engañan. Para conocer es necesario experimentar, dejar aparcados los prejuicios y hasta si, y aunque no esté muy bien traído el verbo, hurgar.
Llegamos a la Taberna Alberto movidos por la curiosidad de los comentarios leídos con anterioridad en las redes sociales en nuestra última visita a la cántabra villa pesquera. Hablaban de "garito de lo más auténtico", de "tasca antigua, sin lujos y con solera", "bar pequeño con el sabor y el buen hacer de los bares de siempre", "no recomendable para los que odien el queso", "lugar de sabor antiguo y sano", "visita obligada y siempre en barra, ya que tiene más encanto que la terraza"... Descripciones todas ellas sugerentes y tentadoras que nos obligaron a localizar su paradero: calle Santander, 8.
Efectivamente, pudimos comprobar desde el exterior que se trataba de una tasca de esas de toda la vida. De las de con sabor y raigambre. Escasa decoración basada en algún que otro póster turístico, carteles reclamo que me pasaron desapercibidos, cajas por doquier y un buen número de botellas de vino que bastaban por sí solas como atractivo ornamento. La barra estaba atiborrada de clientes y de su interior salía un fortísimo olor a queso. A pesar de las recomendaciones de algún internauta, no tuvimos más remedio que ocupar la única mesa libre, en auto servicio, que acababa de dejar una pareja. Una vez sentados y en un momento en el que atisbamos un hueco en la barra nos acercamos a pedir.
Alentados por lo que habíamos leído nos decidimos por tomar queso con anchoas y dejar para otra oportunidad la tabla de embutidos y otras conservas. Ante nuestro requerimiento, una pregunta por parte de la camarera: "El queso, ¿semicurado, curado o picón?" Sin duda alguna, picón.
Bueno estaba el queso, pero las anchoas, desconozco si son las que promociona el señor Revilla por do quiera que va, puedo asegurar que son las mejores que he probado. En su punto de sal, buen aceite y escrupulosamente limpias de espinas. Su maridaje con el queso picón, excepcional. El precio de la ronda con dos cañas y dos refrescos, 14 euros.
En una mesa próxima escuché que esta taberna es conocida como la de Berto, "de toda la vida en Santoña", y que lleva muchos años ofreciendo a sus clientes el mismo producto: buen vino, quesos, embutidos y conservas. Dicen que en hostelería el éxito está en dar con el "aquel". Desde luego que en la Taberna Alberto dieron en su día con él y con él perviven frente a las modas y tendencias que puedan aparecer.
Si algún día recaéis por Santoña, tened en cuenta este curioso lugar. Yo pienso volver en busca de más sabores; los de tasca y tradición sin complicaciones.
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