Vuelvo a las andadas. Al encuentro con el campo, con la piedra y la tierra trabajada, con el silencio y el paseo pausado. Vuelvo a la Hoya para recorrer caminos y rincones inesperados que me traigan emociones nuevas, olores de siempre y hasta mocedades viejas. Lugares para recordar cuando el ánimo sea impreciso.
En plena Sierra de Loarre, rodeada de escarpadas montañas, Sarsamarcuello mira a la Hoya de Huesca desde una posición envidiable. Pueblo de dos alturas, de dos barrios. Abajo, el que custodia a la iglesia; arriba, por donde creció para otear.
Es mediodía. El sol juega con las sombras y los contraluces regalan sensoriales siluetas sobre un mar de campos. Y sobre todas, una; la de la iglesia parroquial de San Nicolás de Bari. Un edificio neoclásico de grandes dimensiones, de tres naves, crucero y cabecera recta, flanqueado por la sacristía y una torre. La iglesia está construida en sillería, fachada y torre; mampostería, naves y cabecera; y de ladrillo el cimborrio.
Un improvisado mirador debajo de un tilo me invita a sentar, reposar y admirar. Las vistas son plácidas, sugerentes y hermosas. Se respira tranquilidad. Por un momento soy capaz de ausentarme de todo lo que me estorba y sobre pesa. Por unos gratificantes instantes me siento inmerso en una burbuja de armoniosa y extraña felicidad. Qué simple es la dicha entre tanta desdicha!. Qué limpio es el verbo en medio de tanto silencio! Qué fácil es ver cuando la belleza es indefinida!
Calle abajo está la despedida que huele a puchero de siempre, a guiso sin tiempo, a mesa puesta de espera.
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