Tal y como están las cosas, y cuando parece que todo lo que se dice ofende, casi me da un poco de repelús confesar que me gustan los fritos y las frituras. Pero es así, qué le vamos a hacer. También tengo que decir en mi descargo, que aún gustándome mucho, las "fritangas", como se suele decir en tono despectivo, no las tengo en mi dieta salvo en ocasiones muy contadas y que elevo al estatus de fiesta.
Cómo voy a renunciar a unos buenos calamares rebozados, a unos emparedados de berenjenas, a una buena tempura, a unas gambas con gabardina, a un cazón o similar en adobo, a unos buñuelos de bacalao, a unas crujientes patatas fritas, a unas apetitosas croquetas de cocido, a unas anchoas albardadas, a unos torreznos, a los empanados, a unas empanadillas rellenas, a unas puntillas, a unas rabas, a una delicada y sabrosa leche frita, a unos canelones fritos... o a unos simples y sencillos churros. Cómo no voy a detenerme delante de una freiduría cuando su olor me arrastra.
No descubro nada nuevo al señalar que los fritos tienen mala prensa al ser alimentos cocinados en grasa. Como tampoco es novedoso decir que la fritura es una magnífica forma de cocinar si se hace bien. Sólo hay que prestar atención a una serie de observaciones. Por ejemplo, freír siempre en aceite de oliva o de girasol a una temperatura de 180 grados y que no humee; añadir los alimentos por tandas con un rebozado lo más sencillo posible; no reutilizar el aceite más de tres o cuatro veces y por supuesto, nunca si se ha quemado o empezado a humear; después de freír, deposita los alimentos sobre papel absorbente. E importante; si comes fritos, reduce la cantidad de grasa de los demás alimentos para compensar.
Por algún sitio leí que un estudio de la UAM de 2012 sobre los fritos, con más de 40.000 personas a lo largo de 11 años, mostró que a pesar de su afición por los fritos, los españoles tienen menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares. Sobre todo si se usa aceite de oliva y de girasol para freír.
Pues nada, ya me quedo más tranquilo.
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