Abro la estrecha ventana de la cocina. Todas las mañanas es lo primero que hago nada más levantarme de la cama. Antes incluso de poner la cafetera en el fuego. La ventana da a un patio de luces. Escasamente veo un trozo de cielo. Suficiente para comprobar el día que hace. Tampoco me importa en exceso. Se trata de una arraigada costumbre en mi despertar a los días. Hoy es sábado y luce el sol.
Hoy parecía un día cualquiera a pesar de ser sábado y lucir el sol. Sin darle excesiva importancia he sacado medio cuerpo por la estrecha ventana que da al patio de luces para interpretar, un día más, lo que me decía ese casi triangular trozo de cielo que diariamente diviso en mi despertar. De forma inesperada, un golpe de olores me ha sacudido y dibujado una leve sonrisa. Una confusión de suaves y familiares olores me han alcanzado de lleno para asear también mi bostezo. Olor a limpio, a ropa recién tendida, a frescura, a campo, a mar, a lavanda..., a confusión y pugna de perfumes, a infancia recién lavada.
Hoy en el vecindario ha sido día general de colada. Como tantas veces, como tantos días. Pero sólo hoy no me ha pasado desapercibido. Será porque estoy ávido de sensaciones o porque mis recuerdos necesitaban de esos precisos olores. De ese olor a interminable colada dominical de invierno y prendas "tendidas" sobre estufas, radiadores e improvisado tendedor en la cocina. Olor a frío y a hogar aunque en este caso sean vocablos antagónicos y que lo impregnaba todo.
El recuerdo entonces me ha traído un olor en desuso pero perfectamente cobijado en algún lugar de mi memoria. El perfume de ese "jabón de taco" que hacía mi abuela Genoveva en los días posteriores a la matacía y que mi madre siempre tenía presente en sus coladas aunque fuesen en lavadora. Un jabón nacido en la fusión del sebo del gorrino al fuego y al que se le añadía sosa caústica y "alguna cosa más" que no recuerdo, mientras se removía por espacio de tres o cuatro horas. La masa que de allí salía se vertía sobre un cajón de madera y tras enfriarse y solidificarse, se cortaba a tacos. Un jabón que en mis años de juventud me ayudó a soportar el dolor de mi rodilla izquierda con las friegas de agua hirviendo que sobre ella se practicaba hasta que se "descubrió" que el causante era un menisco roto.
Hoy es sábado. Luce el sol. Acabo de respirar olor a colada y a infancia recién lavada. El café me llama. Lo bebo con una sonrisa perfumada.
Hoy parecía un día cualquiera a pesar de ser sábado y lucir el sol. Sin darle excesiva importancia he sacado medio cuerpo por la estrecha ventana que da al patio de luces para interpretar, un día más, lo que me decía ese casi triangular trozo de cielo que diariamente diviso en mi despertar. De forma inesperada, un golpe de olores me ha sacudido y dibujado una leve sonrisa. Una confusión de suaves y familiares olores me han alcanzado de lleno para asear también mi bostezo. Olor a limpio, a ropa recién tendida, a frescura, a campo, a mar, a lavanda..., a confusión y pugna de perfumes, a infancia recién lavada.
Hoy en el vecindario ha sido día general de colada. Como tantas veces, como tantos días. Pero sólo hoy no me ha pasado desapercibido. Será porque estoy ávido de sensaciones o porque mis recuerdos necesitaban de esos precisos olores. De ese olor a interminable colada dominical de invierno y prendas "tendidas" sobre estufas, radiadores e improvisado tendedor en la cocina. Olor a frío y a hogar aunque en este caso sean vocablos antagónicos y que lo impregnaba todo.
El recuerdo entonces me ha traído un olor en desuso pero perfectamente cobijado en algún lugar de mi memoria. El perfume de ese "jabón de taco" que hacía mi abuela Genoveva en los días posteriores a la matacía y que mi madre siempre tenía presente en sus coladas aunque fuesen en lavadora. Un jabón nacido en la fusión del sebo del gorrino al fuego y al que se le añadía sosa caústica y "alguna cosa más" que no recuerdo, mientras se removía por espacio de tres o cuatro horas. La masa que de allí salía se vertía sobre un cajón de madera y tras enfriarse y solidificarse, se cortaba a tacos. Un jabón que en mis años de juventud me ayudó a soportar el dolor de mi rodilla izquierda con las friegas de agua hirviendo que sobre ella se practicaba hasta que se "descubrió" que el causante era un menisco roto.
Hoy es sábado. Luce el sol. Acabo de respirar olor a colada y a infancia recién lavada. El café me llama. Lo bebo con una sonrisa perfumada.
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