Así que manos a la obra. Cubrimos de aceite virgen de oliva la base de una tartera o sartén grande. Todavía en el frío aceite, echamos una decena de dientes de ajo pelados y comenzamos a guisar con el fuego muy bajo. Dejamos que se vaya aromatizando el aceite con los ajos y cuando estos empiecen a dorarse, incorporamos las piezas del conejo, previamente bien troceadas, sazonadas y pasadas por harina. Subimos ligeramente el fuego y dejamos que el conejo se vaya haciendo y tomando color. Fundamental, que no se nos quemen los ajos. Cuando el conejo está casi a punto, añadimos un generoso chorro de vino blanco y dejamos que el guiso ligue la salsa. También fundamental, sin prisas, despacito. Ya está. Solo queda chuparnos los dedos.
viernes, 16 de febrero de 2018
00643 El Conejo al Ajillo
DE CHUPARSE LOS DEDOS
En algún momento de este caleidoscopio vital he dejado constancia de mi gusto por esta carne y compartido alguna receta. Así que iré directamente al grano e intentar que desde aquí llegue el olor de una de las recetas con pedigrí de arraigo y tradición: el conejo al ajillo. Uno de esos guisos, y sin que sirva de precedente, obligado comer con las manos y chuparse los dedos. Y no lo digo como una frase hecha sino literal: chuparse los dedos para acabar de saborear esa película viscosa que se queda impregnada en ellos y que sabe a delicia.
Todo lo que suena a ajillo me resulta fenomenal, pero si le unimos el conejo, es una cosa ya bárbara. Pensando, pensando puede que fuera una de las primeras cosas que aprendí a elaborar. Su sencillez y resultado debieron atraparme. Hay varias maneras de hacerlo, según se tenga por tradicional costumbre. A partir de la base, conejo y ajos, hay quien le añade unos cuadraditos fritos de patatas, hierbas, pimienta, caldo de carne... todas las propuestas son buenas, No obstante, como más me gusta es sin añadiduras; bueno, con un chorrito de vino blanco. Así lo aprendí en su día y así lo hago, pero incluso hasta el vino puede sobrarle. Lo importante y la gracia del guiso está en los ajos y en su lenta cocción.
Así que manos a la obra. Cubrimos de aceite virgen de oliva la base de una tartera o sartén grande. Todavía en el frío aceite, echamos una decena de dientes de ajo pelados y comenzamos a guisar con el fuego muy bajo. Dejamos que se vaya aromatizando el aceite con los ajos y cuando estos empiecen a dorarse, incorporamos las piezas del conejo, previamente bien troceadas, sazonadas y pasadas por harina. Subimos ligeramente el fuego y dejamos que el conejo se vaya haciendo y tomando color. Fundamental, que no se nos quemen los ajos. Cuando el conejo está casi a punto, añadimos un generoso chorro de vino blanco y dejamos que el guiso ligue la salsa. También fundamental, sin prisas, despacito. Ya está. Solo queda chuparnos los dedos.
Así que manos a la obra. Cubrimos de aceite virgen de oliva la base de una tartera o sartén grande. Todavía en el frío aceite, echamos una decena de dientes de ajo pelados y comenzamos a guisar con el fuego muy bajo. Dejamos que se vaya aromatizando el aceite con los ajos y cuando estos empiecen a dorarse, incorporamos las piezas del conejo, previamente bien troceadas, sazonadas y pasadas por harina. Subimos ligeramente el fuego y dejamos que el conejo se vaya haciendo y tomando color. Fundamental, que no se nos quemen los ajos. Cuando el conejo está casi a punto, añadimos un generoso chorro de vino blanco y dejamos que el guiso ligue la salsa. También fundamental, sin prisas, despacito. Ya está. Solo queda chuparnos los dedos.
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