jueves, 22 de junio de 2017

00496 Las Margaritas

CHIRIBITAS


Aunque me gustan, hubo un tiempo en el que hasta las llegué a odiar. Y todo, por la desenfrenada práctica de deshojar la flor,  que llegó a convertirse en un tic incontrolado como el sumar las matrículas de los coches, contar farolas, pedir un deseo cuando veía un coche amarillo o contar peldaños de escaleras cuando el ascensor era prácticamente inexistente. ¡Horroroso!

Afortunadamente, todo esto pasó a la historia. Bueno, no del todo. Hace unas semanas, cuando la Sociedad Deportiva Huesca jugó en el Alcoraz contra el Numancia, un partido clave para las aspiraciones del Huesca de poder competir en las eliminatorias para subir a la primera división del fútbol español, de camino al estadio vi una margarita y la deshojé hasta el final. Le pregunté, si ganaría el Huesca, y me dijo que sí. Al final fue un empate. No caí en que las margaritas no saben de medias tintas. O sí, o no.

Anécdotas aparte, las margaritas siempre me han parecido unas flores, digamos que simpáticas. No son de belleza extrema ni su olor es de los que dejan grato recuerdo. Quizás su atractivo radique en su sencillez y aspecto alegre. O tal vez en que a pesar de su aparente fragilidad, aguanta bien los contratiempos. Sí, me gustan las chiribitas.

Por cierto, las margaritas, en el lenguaje de las flores, simbolizan la inocencia y la pureza, así como alegría y un nuevo comienzo. Puede que también me gusten por todo esto.

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