No recuerdo ciudad en la que no me visualice disfrutando de unas patatas fritas o chips. No contemplo un verano sin dejar de tomar patatas fritas de mi listado de fabricantes preferentes, según sea el lugar en el que me encuentre. Podría hacer un mapa geográfico sólo con los nombres comerciales de patatas fritas envasadas o servidas envueltas en un cucurucho de papel.
Las patatas fritas siempre van de la mano de micro momentos de felicidad sin historia ni particularidad alguna, salvo su aceitoso crujir en un indeterminado paraje. Solas o en compañía de una cerveza; patatas y espumosa bebida hacen un buen equipo a la hora de matar cualquier gusanillo que se pueda presentar. En el paseo urbano de una ciudad, mirando al mar sin mirar, crujiendo en una terraza sin pensar, sentado en el río cuidando de no resbalar, haciendo hora en cualquier espera, sentado en una escalera o en un banco del parque viendo como juegan. En el cine no, que allí molestan. Por gustar, hasta mi bar de referencia de rutina fue así elegido gracias a las patatas que acompañan a la consumición.
Mientras esto escribo, mi espalda está rozando con dos bolsas de patatas con sabor a olivada. Estoy tentado en dar buena cuenta de ellas, este también puede ser un buen momento para hacerlas crujir. Pero no, hoy es mi primer día de realidad tras el desenfreno navideño. Mejor seguir escribiendo e interesarme por el origen de tan siempre caprichoso alimento.
Por lo que he podido leer, el origen de las patatas chips fue fruto de la tozudez y del herido amor propio de un cocinero y no aragonés, precisamente. Su inventor fue un tal George Crum, cocinero del "Moon Lake Lodge", un restaurante ubicado en un elegante centro turístico de Saratoga Sprints, Nueva York. En el verano de 1853, en el menú del citado restaurante figuraban las patatas fritas al estilo francés y que "Crum elaboraba de acuerdo con las normas francesas que preconizaban cortadas con cierto grosor y que tanto alabó en el siglo XVIII Thomas Jefferson cuando era el embajador de los Estados Unidos en Francia. Él fue quien popularizó la receta en América al ofrecerla a sus invitados en Monticello, y quien hizo de ella un acompañamiento popular e importante en las cenas".
En cierta ocasión, un cliente consideró que las patatas fritas de Crum eran demasiado gruesas para su gusto y las rechazó. Así, el cocinero preparó otra remesa de patatas pero cortándolas más finas. Tampoco fueron del agrado del exigente comensal. Crum, me imagino que harto y exasperado, decidió freír unas patatas finas y crujientes, imposibles de pinchar con un tenedor. El resultado no pudo ser más espectacular. El cliente se quedó sorprendido ante aquellas patatas tostadas, delgadas como el papel y hasta saladas. Otros comensales pidieron a Crum las mismas patatas, que a partir de entonces empezaron a figurar en el menú con el nombre de "Saratoga Chips". George Crum llegó a montar su propio restaurante con las patatas chips como especialidad de la casa.
En el año 1895, una vez jubilado ya Crum, William Tappendon decidió empaquetar y comercializar las patatas chips. El tubérculo, en aquel entonces, exigía la tediosa labor de ser pelado y cortado a mano.En el año 1920 llegaría el invento de la mandolina mecánica, lo que permitió que las patatas chips pasaran de ser una modesta especialidad a convertirse en un alimento tipo snack que alcanzó ventas astronómicas.
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