DIÁLOGO CON LA BÁSCULA
Es lo que se avecina. Esta mañana he mantenido una breve conversación con la báscula y me ha dicho que si nos queremos llevar bien que ponga algo de mi parte, que ella está cansada ya de soportar mis muecas y exabruptos cada vez que me muestra sus dígitos. Que espabile y que me deje de tonterías. Yo le he dicho que para lo que comía ahora, ella no me hacía justicia. Esto le ha dolido, lo sé. Se lo ha tomado como un golpe bajo, traicionero y ruin, porque si de algo se enorgullece es de su talante justo, equilibrado y objetivo. De hecho, cuando me he subido a ella por segunda vez para comprobar que no estaba en un error, ni se ha inmutado. Ha guardado un silencio visual con el que me ha querido mostrar su enojo. Ha sido en una tercera intentona cuando ha ratificado mi peso con cierto aire altanero. He querido adivinar en su actitud un estoesloquehay y punto. Tú mismo.
Para congraciarme con ella le he trasladado la culpa a la vida sedentaria en la que ando inmerso y a los esporádicos arrebatos de ansiedad que aplaco con lo primero que veo en el frigorífico. Me ha parecido notar entonces cierto alivio en su enfado.
Llegado a este extremo le he hablado de mis noches en naranja. En otras ocasiones, cenar solo naranjas o mandarinas me ha funcionado, aunque también es cierto que mi vida era muy distinta a la actual. Soy consciente de que no es lo más correcto desde un punto de vista nutricional, pero lo llevo de mejor agrado que otras alternativas sin duda alguna más saludables. El rito de liberarlas de sus respectivas pieles, comer gajo a gajo, apartar el más dulce para el final por si los venideros llegan más peleones y dejarme llevar por los recuerdos a través de su olor, convierten a mis noches en naranja en entretenido alimento. Y si pasados unos minutos la ansiedad llama, buenas noches, hasta mañana.
Me ha parecido observar en la báscula cierta incredulidad y nula confianza. Tiempo al tiempo, amiga.
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