lunes, 2 de enero de 2017

00406 Las Nécoras

ANDARICAS


Ningún alimento conviene degustarlo a la carrera, no se disfruta. Pero si hay uno que requiere más parsimonia a la par que destreza, éste es la nécora. Y mejor en compañía, el entretenimiento de su ingesta es más amable y placentero si cabe.

Marisco de ritual cuya sola visión me transporta a recordados fines de semana de mesa y mantel en Bilbao, cuando el Puente de Deusto todavía desplegaba sus alquitranadas alas para dejar paso a los "plateneros". Agua fría y con sal,  y en el momento en el que comience a hervir, contar de 4 a 6 minutos en función del tamaño de la nécora de aterciopelado caparazón. Dejar enfriar.

El ritual prosigue con su sabrosa y pausada degustación. Primero las patas. Una a una, como las pipas. Que trabajen los incisivos. Cras, cras, cras. Las pinzas es otro cantar. Que actúen molares y premolares. No hay palabra alguna, sólo miradas de asentimiento. Momento de abrir el pequeño bocado de mar. De nada vale la fuerza bruta, ni para lo que nos ocupa ni para nada, maña y buen hacer se hacen aquí necesarios como en todo. Desprendido el cuerpo del caparazón, una cucharilla limpiará el resto. A partir de aquí, dedos y dientes se pondrán a trabajar para hacerse con la blanca y delicada carne mientras el mar se adueña de todas y cada una de las papilas gustativas. La distracción no ha hecho nada más que comenzar.

Abstenerse impacientes y perezosos.





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