CHULLA DE JAMÓN
Mentar el jamón pasado por la sartén, es para mí, remontar el vuelo a los días de mi infancia y juventud, en casa de mi abuela Genoveva, en Alcalá de Gurrea. Todavía la puedo recordar llamando a mi tío Segundo para que fuese a la bodega a cortar "unas chullas de jamón para pasarlas por la sartén y que meriende el crío". Esas meriendas eran sublimes, como lo era también, cuando tocaba, el "macarrón" o rebanada de pan de hogaza con un buen chorretón de vino y azúcar. Esto último lo dejaré para otro día.
Digo merienda, me refiero al jamón pasado por la sartén, por centrarlo en el día. Pero sabiendo mi abuela lo que me gustaba y siempre en el afán por complacerme, me podía encontrar con semejante manjar tanto a la hora de almorzar como para cenar. Era una apuesta segura: el aceite de "casa"; el jamón, de la matacía, también de casa y curado en la bodega, como no, de casa; y el pan, como si fuese de casa, de la panadería de Alcalá. ¡Explosión de júbilo la que me trae el recuerdo!
Por aquellos años, fuera de los dominios de mi abuela, también acostumbraba a pasar por la sartén el jamón. No era lo mismo, pero no dejaba de ser una tentación. A mi madre, aunque no debía catarlo, también le encantaba, y de vez en cuando, muy de vez en cuando, nos dábamos el gustazo. A ella se lo servía con una rodaja de pan de barra. En cambio yo, que estaba en edad de crecer, me "apretaba" unos bocadillos, que para ahora los quisiera. Eso sí, sin olvidar de untar el pan en el aceite sobrante que quedaba en la sartén después de freír el jamón. ¡Qué pasada de bocadillo!
Ahora, de bocadillos ni hablamos, pero sí que en esporádicas ocasiones, me gusta recordar ese inolvidable sabor del jamón pasado por la sartén, su gusto a antiguo y verdad, y su inconfundible olor a cocina querida.
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