Sin querer, se ha convertido en todo un clásico de las cenas y de alguna que otra comida en familia. Todo empezó una noche cuando una de mis hijas llegó a casa hambrienta y agotada de estudios y gimnasio. Apenas traspasó el umbral de la puerta de entrada a casa, pronunció su tradicional "Hola, buenas noches, qué tal". Casi al unísono le acompañé en su acostumbrado guión: "Estoy cansadísima". Y a renglón seguido, su pregunta de costumbre, "¿qué puedo cenar?", con respuesta también de costumbre, "¿qué te apetece?"
Nunca había hecho una tortilla francesa de estas características, así que abordé su elaboración con la ilusión y el entusiasmo de la primera vez. La gracia de esta tortilla estriba en pochar una buena cebolla en un buen aceite de oliva virgen. Una vez pochada, es conveniente depositar la cebolla en un colador para que desprenda todo el aceite que haya cogido durante el cocinado. Solo restará batir un par de huevos, sazonar la cebolla e incorporar los ingredientes a la sartén para elaborar la susodicha tortilla.
Hoy he estado en el huerto y he traído a casa un par de cebollones. Intuyo qué cenaremos esta noche.
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