Hice provisión de buenas macetas, grandes maceteros, tierra y abundante dosis de ilusión, algo que nunca debe faltar. En cuanto a semillas, opté por aquellas que pensé podrían dar un apetecible resultado: calabacín, pepino, pimiento y tomate. Se trataba de mi primer huerto urbano y tampoco era cuestión de venirse muy arriba. Planté las semillas en tiempo y forma. Pronto comenzaron a brotar las plantas y con ellas mi satisfacción y expectación. Las verdes hojas de calabacines y pepinos no se hicieron esperar, no así las de las tomateras y pimenteras que se mostraron algo más perezosas. La cosa parecía prometer. Las dos primera empezaron a coger cuerpo al mismo tiempo que lo que no debían; una plaga de pulgón que combatí rápidamente pero que dejaron su mella en las plantas.
Reconozco que me sentí un tanto frustrado y que recogí con rabia mi aprendiz de huerto urbano. Pasado el tiempo me dijeron varias fuentes que este año no había sido nada bueno para la huerta. Ahora, pasado el tiempo también, observo las fotografías y rememoro los gratos momentos que pasé al lado de estas diminutas flores amarillas y que tan entretenido e ilusionado me tuvieron. No hubo frutos, es cierto. Quiero pensar que tuve la oportunidad de disfrutar de una curiosa planta ornamental. La vida me ha enseñado de forma tozuda que todo en ella es una mera cuestión de matices.
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