sábado, 17 de septiembre de 2016

00364 El Derby de Loredo

UN SINGULAR ESPECTÁCULO


La tranquila, abierta y acogedora playa de Loredo cambia durante tres días su acostumbrada y playera imagen veraniega. Unos infrecuentes pero esperados visitantes se incorporan a su arena para galopar sobre ella y dejar grabada su inequívoca huella. Es la 60 edición del Derby Internacional de Loredo. Un evento ineludible para los jinetes y amazonas del turf más prestigiosos del mundo y que cuenta con la participación de más de 60 jockeys y un centenar de caballos.

La mañana es limpia y soleada. Hoy haremos un alto en el camino de la ola y la toalla, del vuelta y vuelta, para recrearnos con el color, el  sonido y los contrastes de las "carreras de caballos" de Loredo. Es el primero de los tres días de la gran cita anual. Pensábamos que llegábamos pronto para coger un buen sitio, pero no. Siempre hay alguien que llega antes que tu. Son muchos, multitud, los aficionados y curiosos como nosotros que se han apostado ya en torno al improvisado perímetro del área de campo de carreras. Público en su mayoría familiar, con niños menudos, que también como nosotros aprovechan esta cita para dar un plus a las jornadas estivales más allá del rastrillo, la pala, el castillo de arena y el cubo.

Además de recrearme con tan singular espectáculo, quiero captar imágenes sin molestar y sin ser incomodado. Mi corta experiencia en estas lides me dice que será un objetivo poco alcanzable. No tengo más que echar mano de la memoria y revisar mis aventuras en San Lúcar de Barrameda o en este mismo lugar en pasadas ediciones. Finalmente, decido clavarme como una seta en un pequeño claro en la recta de carrera que mira al mar. Un mar plagado de diminutos puntos negros que esperan pacientes la llegada de la ola que les haga avanzar hacia la orilla. Son los surfistas, deporte de moda en los últimos años en las playas de Somo y Loredo, ajenos a cuanto acontece a sus espaldas y que sin ellos así decidirlo,  también forman parte del espectáculo visual.

La primera de las carreras se hace esperar. Me entretengo buscando encuadres. No sé para qué si los caballos en carrera no posan. Apenas son cuatro o cinco segundos desde que los veo a través del visor de la cámara y desaparecen. Lo mejor, disparar a ráfaga y esperar algún regalo fruto de la improvisación.

Los cuatro caballos participantes en la primera de las carreras salen a la arena. He tenido suerte. La toma de contacto con el firme, sus primeros trotes y galopes minutos antes de que se inicie la salida de la carrera los ejecutan prácticamente delante de mí. Tanto los equinos como sus movimientos son preciosos. Aprovecho este instante,  como un golpe de fortuna,  para hacer algunas fotografías sin titubeos. ¡Qué estampas más gratificantes y hermosas!

Los participantes son llamados para que se acerquen a los cajones de la línea de salida. Les pierdo de vista. Por el murmullo de los espectadores, entiendo que la carrera ya ha comenzado. Supongo que se habrá anunciado por megafonía pero ni me he enterado absorto como estoy con el paisaje. Aparecen a lo lejos tras tomar la primera curva y encarar la recta donde me encuentro. Cámara al ojo y el oído presto al atractivo y sonoro galopar. Es la señal para que mi dedo índice empiece a actuar.  El griterío aumenta. Parece que todavía están distantes pero no, los oigo aquí ya. Clic, clic, clic, clic, clic, clic, clic, clic, clic... Visto y no visto,  tal y como era de esperar. Galope y griterío se desplazan, se alejan, se pierden, se adivinan ya. Una acelerada voz megafónica anticipa el final. No sé si ha sido el 1, el 2, el 3 o el 4, el ganador. Me he apresurado a ver las imágenes capturadas al azar y me he quedado asombrado al observar a un caballo volar sobre la arena vecina del mar.




















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