Son un auténtico vicio. Que se lo pregunten a mi pequeña Jara. Las alitas de pollo de mi hermano Antonio se han convertido, al igual que los pimientos rellenos de bechamel de los que ya dí cuenta, en uno de los obligados platos del siempre sorpresivo menú que Antonio y Ana nos preparan para agasajarnos en nuestras esporádicas visitas a su domicilio bilbaíno.
Siempre nos aguardan, entre otros manjares, dos generosas fuentes de alitas; unas picantes y otras sin. Y unos ojos, los de Jara, que parecen salirse de sus órbitas ante tanta sabrosa "pizca de pollo". Su cara le delata y hasta se puede leer su pensamiento: "Dejádme sóla que yo puedo con todas". La entiendo perfectamente porque, salvando las diferencias, son como las pipas, que cuando comes una, nunca encuentras el fin hasta que has acabado con el paquete.
Según contó un día Antonio, el modo de hacer de estas alitas se lo debe a su añorado amigo Julio, quien trajo la receta de un viaje por Estados Unidos. La verdad es que no sé si Antonio las prepara tal y como hace muchos años me enseñó Ana o si ha habido algún añadido o modus operandi distinto a como en su día aprendí a hacerlas y que luego describiré. Bueno sí, hay una primordial; Antonio les quita la piel a las alitas. Yo lo intenté en una ocasión, pero aunque me considero hombre paciente, las alitas de marras casi consiguen dar al traste con una de mis escasas habilidades. La parte del húmero, sin problemas. La cosa se complica con el radio y la ulma. El desquicio llega con los metacarpos. Antonio me dice que es cuestión de práctica.
Con piel o sin piel, así es como en su día aprendí a elaborarlas. Partimos el ala en tres partes, las correspondientes al húmero, el radio y los metacarpos. Las sazonamos con sal y enharinamos. Derretimos mantequilla en una sartén y freímos en ellas ligeramente las alitas. En una sartén grande vertemos tomate frito al que añadiremos tres cayenas, una de ellas triturada, siempre y cuando queramos que las alitas piquen ligeramente. Si no queremos que piquen, sólo el tomate frito. Ponemos la sartén con el tomate a fuego medio y añadimos las alitas. Con una cuchara de madera iremos removiendo hasta que las alitas se impregnen bien de tomate y se haya evaporado el líquido.
Para un kilo de alitas será suficiente una lata de medio kilo de tomate frito.
Ah! Fundamental comerlas con las manos y nada de servilletas de tela.
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