martes, 13 de septiembre de 2016

00361 Las Manitas de Cerdo

CON PERDÓN


No es que me gusten, adoro estas extremidades porcinas. En mi "encuesta" personal realizada a lo largo de múltiples tertulias gastronómicas, -por cierto, tema muy socorrido para romper silencios, cambiar de rumbo a una conversación con tintes peligrosos o para hablar de algo cuando no se tiene qué decir-, he comprobado que su sola mención no deja indiferente a nadie. Las manitas de cerdo tienen la facultad de ser ensalzadas o de producir un total rechazo.

A mí me chiflan hasta el punto de que en una ocasión, después de realizar un programa radiofónico en una pequeña localidad, su alcalde quiso agasajar nuestra presencia con una comida. El menú lo tenía ya pactado. De primero, unos generosos entrantes para continuar con un contundente asado de cordero de la zona con sus correspondientes patatas panadera. En un momento de la comida,  mientras daba buena cuenta de los embutidos caseros, croquetas y otros fritos, ví pasar por el comedor a uno de los camareros con un plato de manitas a la brasa que posteriormente depositaría en una mesa vecina. Se
me iban los ojos tras ellas. Su olor a brasa y a majada de ajo, aceite, sal y perejil , y el placer con el que se estaba comiendo el anónimo comensal las manitas de puerco, hicieron que mi falta de consideración llamara a mi puerta. Me lo pensé un par de veces, pero a la tercera no pude dejar de reprimirme y de interrogarle al anfitrión: Alcalde, ¿me permites que cambie el cordero por unas manitas? El primer edil me miró sin ocultar su cara de sorpresa, encogió los hombros y me respondió con un simple y sencillo "tú mismo", no exento de posibles interpretaciones. Recuerdo que mientras me deleitaba con las sabrosísimas manitas, el resto de compañeros comensales me miraban de soslayo intentando averiguar qué siroco me había entrado. A ninguno con los que compartía mesa y mantel les gustaban las manitas, según fueron confesando.

Cuando tengo la oportunidad de hablar de manitas de cerdo, y esta es una de ellas, recuerdo siempre las de difícil olvido. Unas se localizaban en un restaurante próximo a Huesca, ya desaparecido, y que compartí con mi queridísima cuñada/hermana Montse. Entre otros muchos sabores, compartíamos el gusto por las manitas de cerdo. En aquella ocasión, las comimos deshuesadas y rellenas de foie. Nunca las olvidaré. También memorables las que sirven en el Restaurante Canteré de Hecho; manitas deshuesadas rellenas de foie sobre lecho de manzana. Espectaculares!

Y qué decir de las originales hamburguesas de manitas de cerdo que me proporcionaba, hasta que dejaron de elaborarlas, mi sobrina Gloria desde la Cerdanya. Cosa rica, rica, como diría aquel. O las que cocina mi hermano Antonio,  y que sabedor de mi querencia hacia ellas, pone en la mesa cuando hay oportunidad de encuentro. Las imágenes que ilustran este texto son las últimas que me hizo acompañadas, como excusa y colofón, de unos certeros morros en un justo y equilibrado punto de cayena.

¡Aúpa las manitas de cerdo!

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