domingo, 31 de julio de 2016

00335 Las Buganvillas

SÍMBOLO DE ESPERA


Siempre soñé con una casa vestida con buganvillas. Llegado a estas alturas de la vida me conformo con admirar y recrearme con las casas que veo revestidas con buganvillas. Me puedo pasar horas mirando los edificios que salen a mi paso cuyas fachadas se ven salpicadas de esta diminuta flor. La última la signifiqué en la cántabra Pedreña. Algún que otro café me he tomado delante de ella mientras consumía plácidamente un café en la terraza del "Culebrero".  Curiosamente, esta planta es un símbolo de espera. De aquí, que en Brasil, su país de origen, se cultive delante de las casas.

También de siempre me atrajo su nombre, buganvilla. Me resulta suave, dulce y delicado. Su etimología no es nada compleja. Su nombre se debe al navegante francés Louis Antoine de Bougainville, conocido por sus aportaciones a la geografía y la ciencia durante el siglo XVIII. Leo que entre 1766 y 1769 navegó alrededor del mundo acompañado de un naturalista y un cartógrafo, recopilando especies de flora y fauna y abriendo nuevas rutas marítimas.

Las flores que comúnmente llamamos buganvilla, no son botánicamente flores sino brácteas que rodean la verdadera flor, que es pequeñita, blanca y valor ornamental alguno. Se podría decir que es una planta, más bien un arbusto, hecho así mismo: duro y sufridor. Aguanta el suelo pobre, la falta de agua y el abandono. Eso sí, no soporta el frío ni el exceso de agua y odia que le alteren sus raíces.

Cinco Segundos, de Javier González

Los dos se quedaron mirando la hermosa mansión que había frente al café. La Casa del Gobernador.

Una mansión blanca de dos plantas y de estilo colonial español. Cuatro grandes columnas soportaban el inmenso porche de teja rojiza de la fachada principal. Por las columnas trepaba una inmensa buganvilla. A pesar de la distancia podían oler la fragancia de los jazmines que se agarraban a las verjas de la residencia.

- Me encantan las buganvillas, -musitó Claire sin dejar su regazo.
- Si algún día me caso con una mujer como tú, le construiré una casa como esa.
- No hay ninguna mujer como yo -respondió ella.

Esta vez fue Jorge quien tomó la iniciativa. Ahora sus besos no sabían a azúcar. Sabían a lluvia y a África, sabían a paraíso.











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