Satisfacer mis gustos gastronómicos es muy sencillo y máxime cuando los años se van manifestando o hacen su particular "huelga de hambre". Son muchos los sencillos platos que me tienen enganchado y que en su mayoría se remontan a edades de infancia y mocedad. Gastronomía doméstica con sabor a madre convertida en festín y que intento seguir, en su forma de hacer, al pie de la letra. De como se hacía en la vieja blanca cocina Balay de cuatro hornillos eléctricos. Es el caso de las pechugas de pollo empanadas.
La pechuga cortada fina, es más crujiente, cunde más. Salpimentar la carne en un recipiente en el que verteremos leche entera hasta cubrirla. La dejaremos en maceración de cuatro a seis horas. Espacio de tiempo que empleo ahora para recordar excursiones, comidas en el campo a pie de río, largos viajes de destino vacacional, multitudinarias citas familiares para celebrar un cumpleaños o un simple encuentro. Imágenes en forma de crujiente bocadillo o socorrido "taperwere". Allí ha estado siempre presente la socorrida y sabrosa pechuga de pollo empanada.
Clas, clas, clas, clas, bien batidos los huevos y al lado, un buen plato de generoso pan rallado. En el fuego comienza ya a calentarse el oloroso aceite de oliva. ¡Que comience el trajín! Pechuga, pan rallado, buen baño en el huevo batido y de vuelta al pan rallado. ¡Buen abrigo hecho a medida para una humilde pechuga! Lo necesitará cuando se sumerja en el aceite hirviendo.
Crisp, crisp, crisp... ¡Hummm! Como ayer, como hace años, como siempre. ¡Hummm! Parece que los años no han pasado. Huele igual, recuerda a lo mismo, a lo de siempre. Las primeras pechugas ya están listas, doradas, hermosas. Hay que bajar la intensidad del fuego para que el pan rallado no se queme. Y suma y sigue. De tres en tres y hasta cabe una cuarta.
La bandeja va creciendo al igual que las ganas de meterles el diente. Ya están todas. Ya estamos todos. Una llamada a la mesa.
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