miércoles, 15 de julio de 2015

000067 Las Buhardillas

EFECTIVAS Y SUGERENTES

Nunca he tenido la oportunidad de disponer de una de ellas salvo de forma esporádica y temporal. Así que descartaré los pros o contras que estos habitáculos puedan ofrecer. Hay quien me dice, y eso sí que lo puedo constatar de alguna que conozco y disfrutado, que en verano es imposible estar del tremendo calor que hace y que en invierno, si no están bien aisladas y preparadas, te congelas de frío. No sé, como de tantas otras cosas, de buhardillas no entiendo nada.

Las traigo aquí para sumar "cosas que me gustan" porque de siempre, ya de joven, me han transferido cierto misterio no exento de romanticismo. Me acuerdo como si fuera ayer, y ya han pasado algunos años, cuando compañeros avanzados en la cuestión de "independizarse", se alquilaban maltrechas y polvorientas buhardillas donde dar rienda suelta a su impetuosa juventud o escaquear entre sus cuatro desconchadas paredes  un buen número de horas académicas. Ya en Bilbao, y allí sí que cunden estos habitáculos, algunos compañeros de aula realizaron sus estudios de buhardilla en buhardilla. Curiosos personajes para unas no menos curiosas estancias en el Casco Viejo del otrora negro "bocho".

La buhardilla más próxima a mis emociones se localiza en Cerler, en un apartamento de mi hermana Machacha. Mi cuñado Enrique lo compró para hacer y reunir familia. Varias Navidades las pasamos allí. Han transcurrido ya muchos años desde entonces, pero los recuerdos están tan presentes que parece que  la primera hoja arrancada al Nuevo Año de esas primeras Navidades,  lo hiciéramos ayer. Hasta once personas llegábamos a exprimir cada día, cada hora, cada minuto de tan entrañables y necesarios encuentros. Después de las comidas y cenas o en momentos indeterminados del día,  una amplia buhardilla esperaba la llegada de 7 jóvenes/niños para albergar los juegos de sobre mesa o escuchar a hurtadillas alguna que otra confesión. Mientras, abajo, los mayores, hablaban de sus cosas.

Si ahora tuviera que rescatar alguno de los sueños de juventud, ya olvidados, tendría que hacerlo de nuevo en esa buhardilla de la que aún conservo su olor a barniz al sol. De la que, aunque con torpeza, podría dibujar el pequeño ventanal abierto a las estrellas y que en Cerler parecen menos lejanas, más próximas. Una buhardilla que supo de mis debilidades y desasosiegos, y que soportó con entereza,  rabias, desmesurados propósitos y reiteradas canciones de juventud.

 Cuando ahora veo una buhardilla mi cámara la inmortaliza. Se me antojan sugerentes, atractivas, plásticas, altivas y señoriales. Y hasta me puedo inventar una historia que nunca será real ni escrita. Y hasta puedo escuchar las risas de unos adolescentes y de unos niños,  que un día quedaron impregnadas de por vida en esa apacible buhardilla de Cerler.






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