JOYAS DE LA CULTURA GALLEGA
Cuando ahora veo un hórreo, no puedo dejar de dibujar, en mi cara
y en mi mente, una sonrisa. ¡Qué manía les llegué a coger cuando era pequeño!
Que se escribían con “H”, no tardé en pillarlo, tras llevarme algún que otro “reglazo”
en la palma de mi mano. Eran los tiempos de “la letra, a sangre entra”. Para
qué servían, también lo cogí rápidamente. Ahora, ubicarlos en la geografía
española, era otro cantar. ¡Que follón me traía entre pazos, cortijos,
barracas, caseríos y masías! No había forma de encasillarlos correctamente. Al
final, lo conseguí a base de algún que otro escarmiento.
No obstante, no les debí de coger tanta manía, cuando siempre
que voy a Galicia, me dedico, entre otras muchísimas cosas, a fotografiar hórreos.
Tanto es así, que tengo una carpeta de imágenes con un buen número de estas
peculiares e “inconfundibles” construcciones. Y es que, además de ser, en mi
opinión, muy atractivos y singulares, son un elemento fundamental del paisaje
rural gallego, que tanto me atrae.
Los hórreos, además de cumplir con su cometido de almacenaje,
tienen, según los estudiosos en la materia, un contenido simbólico, que se
localiza en los remates que adornan los techos. Cruces, remates cónicos,
pirámides o pináculos, son los remates más comunes, situados uno en cada extremo
de la techumbre del hórreo, además de círculos, campanarios, ánforas, cálices o
representaciones de animales.
Como ha pasado siempre con la Iglesia, cuando llegó, intentó cristianizar todos los símbolos paganos existentes, así pues, en
los hórreos se situó en contraposición al pináculo, la cruz,
para conseguir con ella una protección divina de la cosecha. Si se
pregunta a la gente sobre este pináculo, cuentan que cumple función
protectora contra el rayo, las meigas y el demonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario