domingo, 10 de diciembre de 2023

01227 Los Dobladillos

 FARINOSOS


Traigo hasta este caleidoscopio vital, otro de los dulces de repostería que me apasiona: el dobladillo. Mi querencia hacia ellos data, como no podía ser de otra manera, de mis días con mi abuela Genoveva. De todo ello di buena cuenta en la entrada número 00263 de este interminable blog.

Los dobladillos o farinosos, según de donde procedan, me han acompañado toda la vida. En mi infancia, como digo, en Alcalá de Gurrea; en el instituto, a la hora del almuerzo y que compraba en una pastelería cercana a mi centro de enseñanza; en mi juventud, en los días de capricho con mi madre; y a partir de aquí, siempre que he tenido oportunidad, o el dobladillo ha salido a mi paso. Y no solo me han "acompañado", sino que también han viajado conmigo, cuando he ido a casa de algunos de mis hermanos, a los que también les encantan.

Ahora, por motivos obvios de la edad, los tomo de ciento a viento. Pero si se tercia, si el dobladillo es bueno, con toda celeridad le hago un sitio. Digo lo de si es bueno, porque en los últimos años, lamentablemente, han ido cerrando las panaderías donde elaboraban "mis dobladillos de referencia". Incluso, hace unas semanas, leí que la panadería de Alcalá de Gurrea, a cuyo horno iba con mi abuela a cocer los dobladillos y a impregnarme de unos olores a vida, que me acompañarán toda la vida, anunciaba también su cierre.

Los tiempos han cambiado mucho, así como los usos y la forma de vida. En la actualidad, y no dudo que los habrá, me cuesta mucho encontrar dobladillos como los que he venido comiendo y disfrutando. Los que están faltos de gracia, su masa es contundente y nada crujiente. Malos no están, al fin y al cabo, no dejan de ser una mezcla de aceite, agua, azúcar, miel, harina y canela, amén del toque personal de cada obrador. Pero con todo, se me antojan poco artesanales.

Con Gloria, a la que también le apasionan, cuando vemos un dobladillo que no conocemos, lo compramos para luego hacer nuestra personal valoración y máxime ahora, que estamos huérfanos de un dobladillo que nos guste. Es lo que nos sucedió con un dobladillo que compramos en una panadería de Barbastro, Panadería repostería J. Sierra. Cuando los vimos, ya nos pareció que tenían que ser como a nosotros nos gustan: masa fina, aparentemente crujientes y de un aspecto fantástico. Tras catarlo, nos miramos, y nos dijimos: "hemos vuelto a encontrar el dobladillo perfecto".

Desde entonces, no hay vez que pasemos por la Ciudad del Vero, que nos demos un capricho en forma de dobladillo o farinoso. La pregunta es ¿por cuánto tiempo? Espero que por mucho.

 




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