Es de las últimas localidades de la hermosa y sugerente Sierra de Guara que me faltaba por pasear y dejar así también saciada mi curiosidad. En numerosas ocasiones había oído hablar del lugar, de sus hermosas vistas panorámicas hacia la sierra, el Somontano y la Hoya de Huesca, de su micro clima y de su torre vigía, amén de otras curiosidades que no vienen al caso.
La mañana es clara, luminosa y sin excesivo calor. Es mediodía en el momento que aparco el coche a la entrada del pueblo. Cuando no se conoce el lugar es lo más práctico y lo más aconsejable para no tentar a posibles torpezas. No había visto ni tan siquiera una fotografía de esta población que se sitúa en un extremo de la sierra de Gabardiella y que está flanqueada por dos ríos; el Guatizalema por la derecha y el Flumen a su izquierda.
Los primeros edificios que llaman mi atención nada más comenzar el pausado paseo son de sólida construcción con grandes portalones adovelados. Como suele suceder en estos casos, hasta el punto de convertirse en una reiteración, el silencio se convierte en un paseante compañero más. En algún sitio leí que Santa Eulalia la Mayor llegó a superar los 500 habitantes a principios del siglo pasado. En la actualidad, y según el censo de 2013, la población se cifra en 41 personas.
Una calle de ligera cuesta invita a subir. La admiración se convierte en asombro y pesadumbre al observar el deteriorado estado que presenta la fachada de la iglesia parroquial de San Pedro; un edificio de sillería y ladrillo construido en el siglo XVII. El ascenso a la parte más alta de la localidad se hace amable y entretenido entre la curiosidad por sus casas y las espectaculares vistas a unos campos revestidos de un verde intenso en perfecto contraste con un azul desbordante que se deja caer a plomo sobre sorprendentes y audaces panorámicas.
Lo mejor y más hermoso está por llegar. Arriba del todo, tras las últimas casas y de camino a la torre vigía. Unos excursionistas ingieren los últimos restos de su comida. Buenas tardes, bonjour. Son las primeras palabras que pronuncio y escucho tras una hora y media de estancia en un lugar de singular encanto. Unas decenas de metros más para alcanzar la torre que en su día hizo las veces de vigía. Unas decenas de metros más para sentirme por unos minutos dueño y señor de una tierra hermosa y para mí prestada. Un giro de 360 grados para hacer acopio de reflexiones y plegarias mientras el paisaje se exhibe indiferente ante cualquier mirada. Se está bien. Desde aquí, la pequeña localidad se torna más bella y luminosa. Se me antoja como un recortable de papel. Si así fuera, me lo llevaría a casa.
Es hora de volver a la realidad. El regreso hasta el coche es ligero, como en volandas. Me despido de Santa Eulalia la Mayor con un atractivo olor a brasa y un jacinto blanco entre unas hierbas inclinándose a mi paso.
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