Si en ocasiones a una elaboración gastronómica le pongo nombre propio como particular referencia, en el caso de esta herbácea también tiene para mí su identificación personal que no es otra que mi hermano Pepe. Mentar el eneldo es remontarme a unas Navidades muy, muy lejanas ya en el tiempo. Pepe, por motivos de trabajo, había estado recientemente en Suecia. Ese año tocaba pasar las fiestas navideñas en casa de mi madre y mi hermano nos anticipó que para la cena de Nochebuena aportaría un plato que había aprendido hacer en ese viaje. Y así fue. Esa noche se presentó en casa con un salmón marinado por él y una agradable y para nosotros desconocida salsa, también de elaboración propia. La combinación me pareció exquisita por su originalidad y sabor. Si me empeño, todavía puedo ver a mi hermano recibiendo los halagos de los presentes en esa cena y cómo compartía con todo lujo de detalles la elaboración del plato.
Todo esto para mí era nuevo por aquel entonces; el salmón marinado y la mezcla de sabores de la salsa que acompañaba al salmónido. Pero sobre todas las cosas, me quedé con el gusto de una hierba de agradable sabor y cuya existencia hasta ese preciso momento desconocía; el eneldo. La salsa, según nos informó Pepe, consistía en una mezcla de mostaza, eneldo en su justa medida y un par de cucharaditas de azúcar. Tal fue la aceptación, que en sucesivos encuentros familiares, y siempre bajo la dirección de mi hermano, el salmón marinado con su correspondiente salsa de mostaza al eneldo sería incorporado al menú de los días festivos.
Hace años que no pruebo ese manjar, no así el eneldo. Me gusta el salmón y cuando lo cocino en el sarcófago y al microondas, lo sazono de forma generosa con esta hierba. Siempre tengo en casa en el especiero. Su olor es tan inconfundible como su recuerdo. Ahora lo tengo fresco en la terraza en una maceta. Nada que ver su olor y textura. Estos días de verdor de la hierba aprovecho para incluirlo en distintas propuestas gastronómicas del día a día. Cuando salgo por las mañanas a la terraza, como si se tratase de una flor, aspiro su frescura para quedarme con su olor. La imagen de mi hermano Pepe en la vieja cocina familiar se hace presente y un sabor querido despierta entonces del olvido.
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