lunes, 24 de noviembre de 2025

01718 Un Plato Disfrutón

 UNO DE TANTOS DELICIOSOS PLATOS COMBINADOS


Nunca como hasta ahora me había declarado tan fan de los platos combinados. Pero no de los platos combinados para cubrir el expediente, sino de los elaborados a conciencia, con sabor y que gusten a la vista.

Este verano la huerta ha tenido a bien regalarme una buena cosecha de pimientos morrones. Y cuando digo buena, es que ha sido excepcional. Sobre todo, si la comparo con años precedentes, cuando el número de ejemplares se podían contar con los dedos de las manos. Tan aburrido me tenían, que este año estuve a punto de pasar de ellos, pero a última hora me arrepentí, y visto el resultado, ahora no me arrepiento de haberme arrepentido. ¡Qué lío!

El caso es que, como digo, este año ha sido magnifico, ya no solo en cantidad, sino en calidad y tamaño. A casa los traía del huerto entreverados y los depositaba en un mueble de la cocina. No tardaban ni cuatro días en adquirir su característico color rojo, prestos para ser horneados. A partir de aquí, después de pelados y cortados a tiras, les esperaba una buena conserva o un gran táper que dejaba en el frigorífico para consumir a demanda, según las apetencias del momento.

El plato combinado que traigo hasta este caleidoscopio vital es un ejemplo de lo mencionado, compuesto por cuatro alimentos que se complementan a la perfección. Los loados pimientos rojos asados, solo con aceite y sal, huevo duro, tomate, también del huerto, y lomo adobado a la plancha. Suficiente para, como dice mi hija Jara, sacar a la mesa un plato "disfrutón". Y así lo acometí, disfrutándolo de principio a fin.




lunes, 17 de noviembre de 2025

01717 Las Patatas Rebozadas

 Y VAN VEINTIDÓS


A tenor de lo visto en este blog, queda claro que me encantan los empanados, rebozados y frituras, siempre con moderación, claro está. En esta ocasión, traigo hasta este caleidoscopio vital mi última adquisición: patatas rebozadas. ¡Sorprendentes! Nunca se me hubiese ocurrido y cuando las probé me parecieron de lujo.

Fue Gloria quien las trajo a la mesa. Allí me las encontré. No tenía ni la menor idea del menú. Mis días de huerto ocupan toda mi atención y prácticamente llego a mesa puesta. Después de pasear a Humphrey y de la obligada ducha para sacarme la tierra del cuerpo, me senté a la mesa y fue cuando aparecieron ante mis ojos unas pequeñas y doradas bolas aplastadas. No tenia la menor idea de qué se trataba. Pregunté y la respuesta fue: "pruébalo y averígualo tu mismo". Y así lo hice. El bocado no invitaba a confusión alguna. Estaba claro que se trataba de unas crujientes patatas rebozadas. ¡Qué cosa más rica y caprichosa! La primera porción la tomé tal cual, a pesar de estar acompañadas con una mayonesa rosa un poco picante. Las siguientes las unté en la salsa y ya fue una explosión de alegría y emoción. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de la mano de la sencillez.

Después de saborear hasta la última porción, le pregunté a Gloria sobre su elaboración y me dijo algo así como "se pelan las patatas, se cortan como si fueras a hacer patatas fritas, pero más pequeñitas, se secan bien con un paño de cocina, se cogen pequeños puñaditos, se sazonan, se pasan por harina y huevo y se fríen en aceite de oliva bien caliente. Una vez fritas, se colocan, antes de servir, en papel absorbente de cocina". Todavía sigo con la boca abierta.

A la hora de listar esta entrada, me acabo de enterar que las patatas suman ya veintidós entradas, y las que faltan por llegar. Todo un mundo este de la patata.






viernes, 7 de noviembre de 2025

01716 Los Turrones

 YA NO SOMOS LOS MISMOS


Además de las generalizadas notoriedades que nos hacen observar el paso de los años, como son el espejo al que te asomas cada día, los distintos dolores con los que te despiertas cada mañana o ver cómo han crecido tus hijos, existen otros medidores, más personales, que lo demuestran también a la perfección. De estos últimos, hay varios; uno de ellos, el turrón.

Este dulce típico y tradicional de las fiestas navideñas me gusta desde que tengo uso de razón. En mi época infantil y juvenil no había mucho dónde elegir: blando de Jijona, duro de Alicante, de yema tostada y tortas de nieve con avellanas. Mi madre siempre compraba los turrones a Antonio Cremades, un turronero alicantino, que llegado el mes de diciembre se desplazaba hasta Huesca e “improvisaba” la venta de turrones en los patios de las casas del centro de la ciudad con un cartel como reclamo en el que se podía leer: ¡ALTO AQUÍ! Por lo que escuché en alguna ocasión a mi madre, algunos años se instalaron en el portal de casa, en el Coso Bajo, 11. Yo los recuerdo ya en el portal de la casa vecina, hasta que después de muchos años se trasladaron a la calle Perena, abriendo una tienda temporal, lugar donde se localizan en la actualidad, próxima a la iglesia de Santo Domingo de la capital oscense.

He tenido la curiosidad de recoger algunos anuncios publicados ante la llegada del afamado turronero en el periódico local de la época. Y así, el más antiguo que he encontrado data del 15 de diciembre de 1892, publicado en el Diario de Huesca. Dice así literalmente: “Antonio Cremades, que tenía establecida su venta de turrones en los Porches de Verdejo, se ha trasladado con dicho género al número 9 y 11 del Coso Bajo, el que tiene el honor de ofrecer al público los géneros siguientes: Turrones de Jijona, de Alicante, Yema y de Nieve; dulces secos de todas clases y peladillas de Alcoy, todo a precios reducidos, con el fin de realizar su venta”.

Otro anuncio, también publicado en el Diario de Huesca, data del 20 de noviembre de 1897. Reza así: “¡Ya llegó! El antiguo y acreditado turronero Antonio Cremades, el cual como en años anteriores, ha traído las diferentes clases de turrones, conocidas ya en esta capital por su especialidad, y ha instalado su garita en la feria, frente a la peluquería de Ramón Pueyo”. Y uno más, encabezado por un mayúsculo ¡ALTO AQUÍ! y publicado en el diario Nueva España de Huesca el 23 de diciembre de 1949.

En épocas más recientes, el texto de los anuncios se adaptaría a los nuevos tiempos, eso sí, bajo el reclamo del consabido ¡ALTO AQUÍ¡

La presencia de este turronero en Huesca era uno de los primeros indicios externos que anunciaba la inminente llegada de la Navidad, o al menos, así siempre lo sentí. Aquellos primeros años que ahora recuerdo fueron austeros. Hermosos y sentidos años, pero austeros. También el dulce navideño corría la misma suerte. No faltó nunca, aunque se servía con discreción.

Con el paso de los años se fueron incorporando a la mesa navideña otros sabores: chocolate, coco, sin azúcar, en atención a la diabetes de mi madre, de chocolate y almendras… y un turrón de fresa y nata que comercializaba Chocolates Lacasa. Un turrón que para mí era adictivo hasta la enfermedad. Y no es una forma de hablar, ya que, en una ocasión, ya madurito yo, me puse enfermo después de ventilarme de una sentada una tableta entera. Desde aquel entonces no lo he vuelto a probar. Ni tan siquiera sé, si continúan elaborándolo.

Este dulce, sinónimo de fiesta en familia, escasamente llegaba al día de Reyes. De algunos de los aplaudidos sabores, para esta fecha ya no quedaba ni la caja. Y es aquí donde retomo, después de irme por los cerros de Úbeda, el inicio de esta entrada, cuando decía que además de las generalizadas notoriedades que nos hacen observar el paso de los años, existen otros medidores, más personales, que lo demuestran también a la perfección.

Ahora, en casa compramos menos tabletas de turrón. Los sabores tradicionales nos siguen acompañando, además de incorporar alguna novedad. El dulce navideño ya no se termina con las fiestas. Nos acompaña durante algunos meses más. Algunos años, incluso cuando aprieta el calor, todavía quedan restos. Y es que, como decía con anterioridad, el turrón sigue siendo igual de rico y placentero o más, pero, como dijo el poeta, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Habrá que asumirlo sin castigarnos demasiado.




jueves, 4 de septiembre de 2025

01715 El Gazpacho con Mango

INTERESANTE Y SENCILLA PROPUESTA


¡No me lo puede creer! Con lo que me gusta el gazpacho y todavía no lo había incluido en mi caleidoscopio vital. Me he querido asegurar echándole un vistazo a todas las entradas del blog y efectivamente, aún no lo había recogido. ¡No doy crédito! Precisamente, ayer elaboré un gazpacho con unos hermosos y maduros tomates pera recogidos en el huerto. Como diría mi madre, "no estoy en lo que celebro".

El caso es que el gazpacho que traigo a colación lo probé en una reciente celebración de cumpleaños familiar. No se trata del tradicional gazpacho andaluz, sino de una "reinterpretación" de esta popular sopa fría. La autora de esta delicia fue mi sobrina Isabel quien, a la hora de sacarlo a la mesa, buscó entre los comensales nuestra aprobación. Y ya lo creo que la obtuvo, y por unanimidad.

La gracia añadida a este gazpacho es el mango. El ligero dulzor del fruto le confiere a la sopa un agradable sabor, si bien la textura es algo más cremosa que el tradicional gazpacho andaluz. Me pareció una interesante propuesta, digna de ser recordada.

Ingredientes: 1 kilo de tomates maduros, 1 mango grande, 1/2 pepino, 1/2 pimiento verde italiano, 1 diente de ajo, vinagre de manzana, 2 cucharadas de aceite de oliva virgen extra, sal,  y unos pistachos tostados, así como un mango pequeño para finalizar el emplatado.

Elaboración: Pelar y trocear los tomates, el mango, el pepino, el pimiento y el ajo, e introducir todo en una batidora junto con el vinagre de manzana, el aceite y un pellizco de sal. Triturar hasta que no quede grumo alguno. Servir bien frío, y a la hora de emplatar y sacar a la mesa, añadir a cada tazón de gazpacho unos dados de mango junto con unos pistachos tostados y pelados.







miércoles, 3 de septiembre de 2025

01714 Escribir Para Recordar

 TERAPIA


A lo largo de este caleidoscopio vital, me he preguntado en innumerables ocasiones el motivo de mi empeño por continuar alimentando este blog. Cuando me entra la neura/duda de abandonar o de seguir con él, siempre vence, hasta la fecha, el hacia adelante. El agarre a tal cuestión no resulta ser siempre el mismo, aunque hay una constante que se repite llegado el momento; lo necesito, tengo necesidad de mantenerlo vivo y activo.

Hace unos cuántos días que vuelvo a arrastrar esta duda/neura. De hecho, el número de publicaciones ha descendido considerablemente en los dos últimos meses. Algo también tiene que ver, me imagino, el calor y el cansancio de mis días de huerto, cuya limpieza de su entorno parece no tener fin.

Animado sin ánimo, me he sentado frente al ordenador sin saber sobre qué escribir. No se me ocurría nada por más empeño que le he puesto. Así, que visto lo cual, me he ido a mi archivo fotográfico por si veía algo sugerente y que tuviera relación con las diez mil cosas que me gustan. Algunas imágenes de las que he visionado podían cumplir con los requisitos de este blog, pero finalmente las he ido descartando. Unas por pura pereza y otras, contagiadas por la desacostumbrada pereza. Cuando estaba a punto, un día más, de dejarlo estar, me he encontrado con la imagen que ilustra esta entrada. Data de hace catorce años y está tomada en unas vacaciones en Huelva; en concreto en El Rompido. La imagen recoge el premio diario con el que me agasajaba tras una buena y saludable caminata.

La instantánea, además de recordarme aquellos felices días de sol, playa y ocio en familia, me ha traído a la memoria una costumbre, que no era otra que la de agradecer y saludar a cada nuevo amanecer con un sencillo gesto. Aunque viniesen mal dadas, no importaba, siempre había un motivo para expresar mi gratitud a cada amanecer, a cada día de vida. Pero llegó una nefasta jornada en la que mi desencuentro con ella, con la vida, fue rotundo. A partir de ese instante, se fueron sucediendo una serie de acontecimientos que debilitaron mi existencia y mi forma de ver las cosas. Fue un tiempo convulso y desnortado. Desatendí mi vida, descuidé mis días y todo aquello en cuanto creía. Hasta clausuré saludar a los amaneceres. Es cierto que el tiempo todo lo cura. Y pasó el tiempo. Y si no curó todos mis pesares, al menos sí que consiguió cicatrizar muchas de las heridas que quedaron abiertas durante aquellos años. 

Volví a encauzar mi vida, aunque bajo mínimos. Recuperé algunos gustos y costumbres, entre estas, la de saludar a cada nuevo amanecer. Poco a poco torné a sentirme vivo. Mucha culpa de ello la tiene, precisamente, este caleidoscopio vital de buenas sensaciones y mi necesitado huerto.

Remiro de nuevo la imagen, y además de traerme al presente aquellos buenos y hermosos momentos, me dice que tengo que seguir escribiendo, aunque solo sea para obligarme a recordar los buenos y sentidos momentos que han acompañado a mi vida. 

jueves, 28 de agosto de 2025

01713 Paisajes Escritos y 16

 PEÑA OROEL


Inquietante Peña Oroel. Ella preside la gran terraza fluvioglaciar en la que se asienta la seductora ciudad de Jaca. El maravilloso mundo de la creación. La vida.

Óleo sobre lienzo de Fernando Herce.
Texto de Antonio Herce
Exposición: Paisajes Escritos. Huesca, junio de 2015




domingo, 24 de agosto de 2025

01712 El Pepino con Yogur

 POR VARIAR


En los años que llevo de aprendiz a hortelano, y son ya algunos, no recuerdo un verano tan generoso de pepinos. En mayo puse tres plantas, como todos los años, y ni sé la cantidad de frutos que he llegado a recoger. Todos los más allegados a mí han comido pepinos, e incluso los he transportado a otros puntos de la geografía española.

El caso es que no ha habido cena este estío que no me haya acompañado uno o medio pepino, en función de su tamaño. Me encanta esta hortaliza y no me complico un ápice en su preparación para consumirla. Pelar, cortar en finas ruedas, y aderezar con aceite, vinagre y sal. Es más que suficiente.

No obstante, por variar y "descubrir" otros horizontes, de vez en cuando, cambio el argumento. En esta ocasión, se trata de una sopa/crema de pepino con yogur; un tuneo de una receta aprendida de mi hermano Antonio, también forofo del pepino como yo, sencilla y sabrosa. Además, al tratarse de un resultado líquido, mis maxilares descansan y lo agradecen. Como quiera que solo la consumo yo, y que hice algo más de un litro, la sobrante la introduje en el frigorífico y he tenido para varios días. Bien, bien fresquita, algo ha aliviado los bochornos de estas noches estivales.

Ingredientes: 2 pepinos, 1 yogur, 1 diente de ajo, el zumo de medio limón y aceite de oliva virgen, sal y pimienta blanca molida al gusto.

Elaboración: Pelar y cortar el pepino en trozos medianos, pelar el diente de ajo e introducir en un procesador de alimentos o vaso de batidora. Añadir el yogur junto con el aceite, la sal, la pimienta molida y el zumo de medio limón. Triturar hasta conseguir una crema homogénea. Servir bien fría. A la hora de servir, si se desea, se pueden añadir unas gotas de aceite de oliva y algo más de pimienta molida.