UNA MIRADA AL SABIO REFRANERO
Cuando visito un lugar, sea grande o pequeño, siempre me
intereso por su arquitectura religiosa y civil, sus plazas y parques, su casco
antiguo, su mercado municipal de abastos… y por sus panaderías de tradición,
con sus correspondientes especialidades en panes y tortas. Sí, y por dónde
comer bien y a un módico precio, también.
El caso que hoy me entretiene tuvo como escenario la
deliciosa ciudad pontevedresa de Baiona en una reciente visita con la familia.
Fue un día pleno de emociones, encanto y cansancio. No recuerdo el número de
pasos que llegamos a dar, tras deleitarnos con una pausada caminata por su
paseo marítimo luciendo sus casas de piedra y galerías acristaladas, visitar la
fortaleza de Monterreal, uno de los monumentos más emblemáticos de Baiona,
pasear por el parque de la Palma y adentrarnos en su casco antiguo, por resumir.
Hubo un momento en el que ya no podía más y dije a la familia que, muy a pesar
mío, mis pasos por la hermosa ciudad habían llegado a su fin y que les
esperaría en una terraza tomando un café. Coincidió esta decisión justo delante
del escaparate de una panadería que lucía unos aparentes y sugerentes panes, y
también tortas.
Como acostumbra acontecer en estos casos, me quedé embobado
mirando las muestras exhibidas, como quien examina el escaparate de una joyería.
Entré en el obrador, me alimenté con su inconfundible y bendito olor, y tras
adquirir un pan y una torta, me senté, en modo espera, en una terraza frente a
un café americano.
El aroma que se desprendía de la bolsa que atesoraba el pan
y la torta me transportó a los diarios despertares en mi casa familiar de
infancia y juventud. Amaneceres acompañados de un intenso olor a pan recién
hecho que subía de la panadería Porta, colándose por los abiertos ventanales
por todas las estancias del domicilio. Un aroma que transmitía bienestar,
además de ser un ambientador natural. Me fascinaba.
Mientras esto rememoraba, acudieron, para hacerme la espera
más entretenida, varios refranes que tienen al pan como protagonista y que
reflejan la sabiduría popular y la importancia de este alimento en la vida
cotidiana. Y es que el pan, además de ser un alimento básico, es un símbolo
cultural con profundas connotaciones simbólicas. Los refranes sobre el pan son
una expresión de la sabiduría popular y las lecciones de vida que se transmiten
de generación en generación.
Otro de los adagios que recordé, y que acostumbro a
pronunciar muy a menudo, es el de “Al pan, pan, y al vino, vino”, que se resume
en las cosas claras, sin eufemismos. Nada de ambigüedades, ni medias tintas. En
las relaciones interpersonales, es esencial ser directo y transparente, aunque
no siempre sea bien entendido.
Fue a partir de aquí, en aquella espera, cuando me interesé
por conocer o recordar otros refranes protagonizados por el pan o las tortas.
Para ello, acudí a la red de redes. Algunos de los que leí me fueron
familiares, otros los desconocía por completo.
De los recordados anoté el dicho “las penas con pan son
menos penas”, o lo que es lo mismo, aunque las adversidades sean inevitables,
el hecho de compartir un pan puede traer consuelo y esperanza. En muchas
culturas, compartir el pan es un acto de generosidad y solidaridad,
simbolizando la unión y el cuidado de los demás. Así que, en tiempos de
dificultad, el apoyo de la comunidad y el compartir alimentos pueden ser una
fuente de fortaleza y resiliencia.
Otro de los refranes que no me fue ajeno, reza así: “Pan
caliente, hambre mete”. Y es que el plan recién horneado no solo satisface,
sino que, además, despierta el apetito y el deseo de disfrutar de los placeres
sencillos de la vida.
De los dichos por mí escuchados por primera vez, en este
caso leídos, recogí algunos muy curiosos. Por ejemplo, el refrán “de los
olores, el pan; de los sabores, la sal”. El olfato y el gusto son dos sentidos
muy poderosos que nos conectan con nuestras raíces culturales y con la esencia
de la vida cotidiana. El olor del pan recién horneado nos evoca recuerdos y
emociones, siendo un símbolo de hogar y calidez, y cuyo aroma nos transporta a
momentos de nuestra infancia, reuniones familiares y a instantes de felicidad
compartida. Por su parte, la sal, aparte de su característico e inequívoco sabor,
empleado en su justa medida, es un excelente potenciador de los alimentos.
Un dicho que me llamó poderosamente la atención fue el de “donde
pan comes, migas quedan”. Viene a decir que, en la vida, siempre hay algo que
permanece después de que lo principal ha desaparecido. Las migas representan
las experiencias, los recuerdos y las enseñanzas que quedan después de los
acontecimientos importantes.
En mi libreta de aquel viaje fui anotando refranes, y sus correspondientes
enseñanzas, que ahora recuerdo, tales como “pan ganado sabe a gloria”, “pan de
trigo, leña de encina y vino de parra sustentan la casa”, “uvas con queso y
pan, no hay en el mundo manjar”, “si tienes pan y lentejas, para qué te quejas”,
“pan tierno y vino añejo, dan vida al viejo”, “pan, uvas y queso, saben a beso”,
“al buen amigo, dale tu pan y dale tu vino” o “comiendo pan y morcilla, nadie
tiene pesadilla”.
Con estas migas alimenté mi grata espera aquel día en
Baiona. Por cierto, tanto el pan como la torta, me parecieron de otra división.
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