LA APOTEOSIS DEL SABOR
Untar el pan en las salsas es algo que me produce un grato
placer. Desde siempre, desde que era niño. Me parece el colofón de un buen
plato, la guinda del pastel, la apoteosis del sabor. Bien es cierto que en la
actualidad he aprendido a contenerme, cosas de la edad, y no son pocos los guisos
que se han quedado sin la casi obligatoria untadita de pan.
Lo de untar o mojar pan en las salsas viene de viejo, de
tradición. Anda que no he escuchado veces tanto a mi abuela como a mi madre
aquello de “coge un poco de pan para ayudarte”. Recordando esta sentencia,
pienso que más que una mera recomendación para que el bocado en cuestión subiera
a la cuchara o al tenedor, era una incitación a que mojaras el pan en
cualquiera de las salsas de sus memorables guisos. No podía ser de otra manera.
Y además, era una certera forma de llenar el estómago.
No obstante, es una mera impresión, y como tal, puede que
esté equivocado, en las propuestas culinarias actuales, las salsas brillan por
su ausencia y si están, son una mera anécdota. Casi se agradece, pues así se
evitan tentaciones. ¡Ay, untar pan! ¡Qué tiempos aquellos! Panaderías
familiares y de referencias. Panes artesanos, de dos o tres moños, con gruesa
corteza y sabrosa miga compacta.
Por cierto, Julio Camba, periodista, escritor y humorista
gallego, en su obra “La Casa de Lúculo” o “El arte de comer” (1929) señala “No
deje usted nunca de sopear por un falso concepto de la corrección; lo
verdaderamente incorrecto es devolver a la cocina sin haberla probado, una de
esas salsas que honran a una casa”. No seré yo quien diga lo contrario.
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