UN "DESCUBRIMIENTO" TARDÍO
Jamás se me hubiese ocurrido tomarlas empanadas. Y así fue como me las encontré ayer en la mesa a mi regreso del huerto. Tenían un aspecto estupendo. Doradas, crujientes, apetitosas. Me dieron ganas de asaltar el plato. Pero no, me contuve. Cada cosa a su tiempo y lo primero, educación. Aunque tengo que reconocer que me tuve que contener mucho, mucho, pues no hacían mas que tentarme.
Y llegó el momento de la cata. Igual exagero un poco, pero me parecieron de vicio. Posiblemente no sea objetivo, pero me pareció un bocado extraordinario. No sé cuantas láminas de berenjena pude llegar a comer, pero fue un no parar. Quedaron algunas, yo creo que por vergüenza, que sucumbieron a la hora de cenar. Lo tenían todo. El sabor de la berenjena, el justo aceite y una textura tersa y crujiente.
Le pregunté a Gloria, su artífice, si tenían algo especial. Me contestó que no, que simplemente estaban empanadas con harina, huevo, pan rallado y fritas en la freidora. Por este orden. Tomé buena nota, además de pensar, que algo tendría el hecho de que las berenjenas fueran de mi huerto. (Y dibujo una sonrisa de niño travieso).
No sólo a mí me encantaron, sino también al resto de comensales. Fueron todo elogios y a cada uno se nos ocurrió, a partir de este empanado, otras propuestas, que sin mucho tardar, pondremos en práctica.
Con la última loncha de berenjena y la mirada perdida, me pregunté cómo era posible que gustándome tanto como me gusta este producto culinario, hayan pasado sesenta y cinco años para comerlas empanadas. Cada día que pasa, me doy más cuenta de lo poco que sé de nada. Esta sencilla cuestión, es una prueba más de ello.
Seguiremos aprendiendo, que de este palo va la vida.
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