Y UN OLVIDO
El jardín lucía en todo su esplendor. Los magnolios, a falta de sus monumentales y llamativas flores, mostraban un aseado verdor. Del césped, recién cortado, fluía un intenso olor que a los dos tanto nos gustaba. Recuerdo que en una ocasión me dijo, "si hubiese que poner un aroma a la felicidad, este sería el de la hierba recién cortada".
El sol comenzaba a calentar el paradisíaco escenario, mientras unos trinos amenizaban la espera. Nos sentamos en dos de las tres sillas que custodiaban una solitaria mesa ubicada en medio del jardín. Un cortado con la leche fría para ti y un café americano para mí. Comenzamos a hablar de las cosas más variadas e intrascendentes. Nos pusimos al corriente de nuestras vidas, llenando los puntos suspensivos que dejamos en nuestro último encuentro. Reímos, nos miramos, también hubo silencios, nos volvimos a mirar... y ella que no llegaba. El tiempo se iba acortando. Nos esperaban para comer. Tenía la esperanza de que ella aparecería en cualquier momento. Entonces, en un intento de alargar el encuentro, mostré interés por uno de sus múltiples proyectos. Siempre andaba metido en proyectos. Sabía que, dadas las circunstancias, algunos minutos ganaría a la espera y en la confianza de que ella aparecería, aunque fuese tímidamente. Todos mis esfuerzos fueron inútiles. Sonó el teléfono. Estaban sentados ya a la mesa y nos esperaban para comer.
Todo estaba preparado para un nuevo y esporádico encuentro. Y a la palabra, se le olvidó acudir a la cita.
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