GUIÑOS TRANQUILIZADORES
Resulta curioso comprobar como un paisaje, tras mucho transitar, es capaz de disipar temores, convertirse en un buen aliado y hasta con el tiempo, regalarte su amistad. Lo he podido comprobar y corroborar en los últimos meses en mis idas y venidas laborales.
En aquellos primeros días hubo preocupación, zozobra, inquietud, desasosiego, inseguridad y algún que otro miedo. Fantasmas que me persiguen cuando en mi vida se produce algún cambio inesperado. En mis iniciales trayectos la cabeza no paraba de barruntar, de cuestionar y de ponerme a prueba día sí y día también. Hacía mucho tiempo que no recordaba lo que era cansarse de uno mismo. Y entre castigo y pensamiento, un paisaje se abría ante mis ojos cada día para lanzarme guiños tranquilizadores que no tardaron mucho en surtir efecto. Horizonte, camino y un verde intenso y esperanzado, pronto pasaron a formar parte de mi recreo y a relevar a mis otros pensamientos. Pronto el paisaje dejó de emitir guiños para dar paso a la palabra no pronunciada, pero sí interpretada. Pronto el paisaje se adueñó de mi imaginación para pasear por sus verdes campos, caprichosos torrollones y bailes de agua. Pronto los dos, paisaje y yo, comenzamos a hablarnos sin mediar palabra.
Han pasado ya algunos meses desde aquellos primeros días. El paisaje monegrino sé que cada día me espera y él, sabe que yo cada jornada ansío el encuentro con el amigo que aprecio.
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