Viajé al fin de la noche para escuchar todos los silencios y tejer los sueños con el brillo ilusionado de tus ojos. En ese preciso instante entendí la necesidad de hacer acopio de palabras sin escatimar esfuerzos en la comprensión de tu dictado. Estaba allí para escuchar de forma complaciente la necesidad que tenían tus palabras ansiosas por encontrar un destino. Sin interpretaciones, sin acotaciones de mal receptor, sin consejos incendiarios. Bastaba con la atención tantas veces ausente.
No es un capricho. Tampoco una virtud. Es una necesidad para recuperar el tiempo perdido; un compromiso agradable y reconfortante ante la inutilidad de tanta vaga palabrería. Escuchar sin prejuicios ni desconfianza y con la mente abierta ante cualquier perspectiva.
La palabra oída se debilita, la voz escuchada se hace fuerte, se libera y defiende más allá de lo imaginable. Escuchar vale por dos, sólo hay que aprender a valorarlo.
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