CON ATENCIÓN, SIN INTENCIÓN
Viajé al fin de la noche para escuchar todos los silencios y tejer los sueños con el brillo ilusionado de tus ojos. En ese preciso instante entendí la necesidad de hacer acopio de palabras sin escatimar esfuerzos en la comprensión de tu dictado. Estaba allí para escuchar de forma complaciente la necesidad que tenían tus palabras ansiosas por encontrar un destino. Sin interpretaciones, sin acotaciones de mal receptor, sin consejos incendiarios. Bastaba con la atención tantas veces ausente.
Escuchar, siempre escuchar antes de que las palabras sean alimento del olvido. Antes de que el viento las deposite en cualquier destino, se hace necesario escucharlas para aprender de lo vivido. Lo dicen los árboles que saben de palabras errantes. También los muros de piedra acostumbrados a convertir las voces en polvo. Lo dicen los ríos, los prados, las veredas y caminos. Todos hablan y saben de silencios y de gritos encontrados, de palabras huérfanas y desconsoladas.
No es un capricho. Tampoco una virtud. Es una necesidad para recuperar el tiempo perdido; un compromiso agradable y reconfortante ante la inutilidad de tanta vaga palabrería. Escuchar sin prejuicios ni desconfianza y con la mente abierta ante cualquier perspectiva.
La palabra oída se debilita, la voz escuchada se hace fuerte, se libera y defiende más allá de lo imaginable. Escuchar vale por dos, sólo hay que aprender a valorarlo.
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