Una puerta es algo más que una simple abertura que permite acceder al interior de un lugar. Es el marco de presentación de quien habita tras ella, un encuentro y una despedida, un quién es y un qué quiere, un abrazo a un amigo, la línea que marca distingos. Una puerta es el testigo mudo de un beso robado en una noche de verano, una inquietante espera y una esperanza para el que llega. Es el eslabón entre el ahora y el después, entre un adentro y un afuera.
Las puertas saben de apacibles veladas, de noches tomando la fresca, de elogios y chascarrillos, "Amistades que son ciertas, mantienen las puertas abiertas". Saben de amabilidad y cortesía, "Buen porte y buenos modales, abren puertas principales", "Cortesía y bien hablar, cien puertas abrirán", "Cierre tras sí la puerta quien no la halló abierta". Y saben también de ironías, "No te digo que te vayas, pero ahí tienes la puerta".
Las puertas son sabias consejeras, "Dad al diablo la puerta que con cualquier llave está abierta", "Deja de mirar la puerta que se cerró, pues nunca encontrarás la que se ha abierto frente a ti", "El bien hacer abre cien puertas, y el mal agradecer las cierra". Y llegado el caso, hasta advierten, "La desgracia a la puerta vela, y en la primera ocasión, se cuela".
Puertas y más puertas, de colores y de oficios, de reflexiones y relaciones; puertas de cristal oscuro o reflejado vidrio. Guardianas de la intimidad, observantes, cautelosas e ingenuas. Elegantes y humildes, caprichosas, férreas, comprometidas con el desvelo, plácidas, campesinas, arraigadas a la curiosidad. Puertas aferradas a la fe, "Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana", "Jamás creó una puerta Dios, sin que abriese dos", y también a la esperanza, "Si una puerta se cierra, otra se abre".
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