Hace días que seleccioné unas, para mí, hermosas piedras que fotografié en una apacible excursión. Me parecieron hermosas por su color, su disposición y forma. Me resultaron atractivas para llevarlas al óleo como tantas otras que he fotografiado con esa misma intención y que nunca he materializado.
Están en el escritorio del ordenador a la espera de mi definitiva atención. Un día y otro las miro, me recreo en ellas, me lanzan sugerencias, las descarto y sigo con mi habitual quehacer. Como tantas otras cosas, están presentes pero olvidadas de dedicación.
Vuelvo a mirar las piedras. Esas piedras que en estos días me han hablado de fortaleza ante la vida, de frialdad ante las emociones, de dureza ante la adversidad, de la pesadez de la sin razón, del silencio insolidario, de las palabras vacías y de tanta mentira escrita.
Hoy he vuelto a mirar esas piedras para pedirles perdón por el perezoso abandono, y un favor; que construyan los muros de mi casa donde puedan habitar mi alma, mis sueños y mi ilusión.
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