Igual que se viste el alma se envuelve la piedra. No me hago a la idea de si es capricho u olvido. Se me antoja y adivino un sorprendente abrazo entre flor y muro, yedra y fachada, pared y musgo.
Será que la piedra tiene frío o simplemente el destino de un incontrolado capricho. Será que la rama encontró placidez en la roca como el sueño lo hace en el anhelo. Será un encuentro inesperado como la última palabra pronunciada y decidida. En cualquier caso es y eso basta para gustar y recordar armonías.
Por qué tanta duda exigida, para qué tanto interrogante errado si todo es intrascendente y bien querido. Piedra y hoja se gustan, se alinean para experimentar. Demuestran que son compatibles en una fervorosa demostración de mutuo cariño.
Senderos pavimentados que atraviesan jardines de piedra. Sugestivos, apaciguadores de muda presencia. Acertada imitación a una misteriosa entrega. Así son mis paredes vestidas que veo y disfruto.
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