Se hace necesario ocupar los vacíos. Encender luminarias allí donde la oscuridad parece que todo lo llena. Acariciar los aires desnudos de lánguidas siluetas, huérfanos de equipaje y reprimido destino. Saciar el ansia, calmar la dicha, hablar cara a cara, gritar si es preciso a la nada.
Cualquier pretexto vale para retornar. Un simple susurro, el recuerdo de un contraluz, la aparente soledad de un árbol, una única y privilegiada visión, un suspiro reprimido deseoso de libertad, una vaguedad en la memoria, el eco de un respiro, una bruma, el olvido de una sonrisa o el cautivador color de los madroños.
En ocasiones tengo la sensación de que estamos hechos con jirones de retornos.
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