Jamás los he cocinado. Ni siquiera he tenido el amago de hacerlo. Con los caracoles me sucede como con la paella que tiene que ser la primera vez que prepare una. Cuando lo cuento la gente se sorprende. No se lo creen. Con lo que te gusta la cocina, me dicen, no entienden cómo no he preparado ni siquiera una. Pero así es, en mi entorno siempre ha habido alguien que las hace de vicio y no es cuestión de competir. Ni me lo planteo.
Volviendo a los caracoles a la brasa, sin duda alguna es como más me gustan, acompañados, eso sí, de un buen ali oli. Siempre el mismo ritual; coger el caracol, chupar toda la sal, insertar en el palillo, así hasta tres veces, e impregnarlos bien de ali oli. Y entre bocado y bocado, hablar. Sí, hablar, porque los caracoles hay que comerlos en compañía, en grata compañía. En soledad se puede comer una ensalada o unos macarrones, nunca unos caracoles a la brasa.
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