Me he acordado de un magnífico conejo con ajos, no al ajillo, que hace mi hermano Antonio y que está de chuparte los dedos. Nunca mejor dicho. No sé muy bien cómo lo hace pero está de vicio. El conejo está cortado en trozos muy pequeños, fritos, bien dorados y con abundantes dientes de ajos enteros. Tendré que preguntarle acerca de su elaboración para poder imitarlo.
El caso es que la primera vez que me lo ofreció, educado que es uno, comencé a comerlo con cuchillo y tenedor. Aunque ducho en la materia, según a qué piezas, me costaba sacarles todo el partido posible, dándome la impresión de que algo no estaba haciendo bien. En uno de los momentos de mi pelea y concentración con el conejo oí decir a mi hermano, mientras me miraba por el rabillo del ojo, "para disfrutarlo hay que comerlo con los dedos".
Liberado del cuchillo y tenedor, proseguí solo ayudado de mis dedos. Nada que ver. Se trataba de otro guiso, otro sabor y otro disfrute. Y en los huesos, ni un ápice de dorada carne. Y lo más grande, para finalizar, "y para no manchar las servilletas", chupar las yemas de los dedos, con delicadeza, eso sí, en las que se había ido depositando una ligera y pringosa película de sabor a ajo confitado.
Pues sí, todo en esta vida es relativo.
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