Hay algunos bloques de fotografías que su archivo, por su temática, me resultan más fácilles ; una excursión, una reunión familiar, una elaboración gastronómica..., sin embargo, hay otras que aparecen como huérfanas de destino. Se trata, estas últimas, de imágenes sueltas, dos o tres, e incluso en la más absoluta soledad e independencia. Las voy guardando en el archivo general por si en algún momento me pueden ayudar a llevar adelante este proyecto personal consistente en llegar a escribir sobre diez mil cosas que me gustan. No siempre y en todo momento me sugieren algo y si lo hacen, no siempre y en todo momento acierto a ponerles palabra.
A estas imágenes que ilustran el quid de esta entrada hacía tiempo que les había echado el ojo, pero no les encontraba el aquel. Aparentemente, no son más que un par de huevos fritos con unas piezas de pollo al chilindrón saboreados y bien saboreados en un almuerzo en el pasado mes de agosto; en concreto, en la mañana del día 9 de agosto. En algún momento de este blog ya he mostrado mi gusto por los huevos fritos y sus acompañamientos, por los almuerzos de este tan señalado día y por alguna que otra versión más. Así que me faltaba acompañar con un apellido a la palabra almuerzo. Y ha sido hoy cuando lo he encontrado.
Me ha venido a la mente cuando he recordado el momento de este almuerzo. No acostumbro a almorzar. Igual caen tres o cuatro almuerzos al año, no más. Surgió de manera improvisada. Una visita a alguien a quien aprecio como a un hermano y un cómo estáis seguido de un qué os apetece tomar, fueron suficientes. A los pocos minutos tenía delante de mí un par de huevos fritos acompañados de un delicioso pollo al chilindrón. Hacía días que no nos veíamos. Nos pusimos al corriente de nuestras vidas, de la de nuestros hijos, de nosotros, de lo que nos ocupa y preocupa, de cómo estamos y de cómo nos dejan estar.... Hablamos de todo menos de lo que cada día nos hierve la sangre. Bueno, alguna de esas cosas también, es inevitable, pero poca cosa.
Fueron cerca de tres horas de delicioso almuerzo improvisado. De hablar y no parar. De detener y prolongar el tiempo en una mañana no cualquiera del mes de agosto. Y en la despedida, un hasta cuando queráis que volveremos a improvisar otro par de huevos fritos con lo que sea.
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