miércoles, 13 de diciembre de 2017

00598 Las Rosquillas de Anís

LAS DE MI SUEGRA

Me encantan las rosquillas de anís. Me las como igual que si fueran pipas, aunque luego me arrepienta. Y dicho esto, también tengo que añadir, que hace mucho tiempo que no las hago. Ni siquiera tengo localizada la receta que me facilitó en su día mi querida suegra cuando probé las que ella hace por primera vez. Estará abandonada en algún lugar del despacho a la espera de que la encuentre.

En su momento, hice las rosquillas siguiendo su receta al pie de la letra, pero en nada se parecían a las que ella hacía. Cuando no me quedaban como piedras, era lo más parecido a la goma de mascar o sosas como ellas solas. Insistí en el intento, pero nada, ni por aproximación. En una ocasión, transcurridos algunos meses de mis "fracasos rosquilleros", le volví a pedir que me diera de nuevo la receta, prestando más atención a sus enseñanzas. Volví a poner la receta en práctica sin obtener el resultado deseado. Así que desistí de forma definitiva.

En cierta ocasión vi como las hacía y efectivamente, su elaboración era tal y como yo tenía registrada. Y me acordé de un episodio de mi abuela con las patatas fritas del que ya dejé constancia en este caleidoscopio vital. Mismos ingredientes, misma forma de hacer, pero distinto resultado. El por qué, lo desconozco. No hay trampa ni cartón. Supongo que en todo esto tiene algo que ver la maestría de la tradición, el temple y el alma puesta en las cosas que parecen no tener importancia. No le encuentro otra explicación. He probado muchas rosquillas de anís, me encantan como digo, pero como las de mi suegra, para mí, no hay otras igual.



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