SIMPLES, SENCILLAS Y HUMILDES
No sé por qué será, pero se ha convertido en costumbre que los recuerdos vengan con frecuencia a visitarme o sea yo quien los traiga. No lo tengo muy claro. Quiero pensar que es este blog y su correspondiente reto quien los necesita, quien los requiere para intentar conseguir un fin casi inalcanzable. Será también que en ellos me encuentro más cómodo y seguro que en este presente tan complejo y en ocasiones tan difícil de digerir.
Hoy son una simples, sencillas y humildes salchichas, carne de cerdo picada y embutida, las que me transportan a otros escenarios y me reconfortan el ánimo con simples, sencillas y humildes vivencias que me han acompañado durante su frugal elaboración. Su inconfundible olor me ha descrito escenas del internado zaragozano donde su presencia en los opacos platos de duralex siempre era bien, bien recibida. La voz de mi madre recordándome que las pinchara antes de freír para evitar que salpicara el aceite o que saltaran fuera de la sartén cuan suicidas. Sí, en alguna ocasión tuve que recoger alguna que otra del suelo de la cocina tras desoír la palabra experimentada. Y cuántas veces han sido el socorro de comidas y cenas multitudinarias con hambrientos infantes armados de cuchillo y tenedor. No faltaba el huevo frito por si alguien preguntaba ¿hay algo más? Sí, pan para untar.
Cero complicación. Freír las salchichas en un poco de aceite de oliva virgen. Retirar cuando han perdido el color de la carne y preparar un sofrito de cebolla, tomate y un par de cayenas. Como siempre, una entera y otra partida. Cuando el sofrito está hecho, le añadimos las salchichas y dejamos que se cojan mutua confianza. Esto es lo que hay. Son unas simples, sencillas y humildes salchichas. ¡Y qué buenas están las condenadas!
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